Domingo 20 del Tiempo Ordinario –

Domingo XX del tiempo ordinario

Este domingo se proclama la parte más específicamente eucarística del discurso del Pan de la Vida. Hasta ahora habíamos leído los pasajes que hablaban de «creer en Jesús». Aspecto que se ve reflejado en la primera parte de la celebración, la liturgia de la Palabra. Ahora damos un paso adelante: además de «venir» a Jesús y «creer» en él, hay que «comer» su Carne y «beber» su Sangre. Que en el fondo es lo mismo, pero ahora con lenguaje específicamente sacramental. Son las dos dimensiones básicas de la Eucaristía. Comulgar con Cristo-Palabra en su primera parte nos ayuda a que sea provechosa la comunión con Cristo-Pan-y-Vino en la segunda.

I. Lectura del libro de los Proverbios 9,1-6.

La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: «Los inexpertos, que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia.»

I.1. Comentario:
En esta lectura, la Sabiduría divina se muestra ansiosa por comunicarse a los hombres: en su trascendencia, Dios no cesa de animar a todas las cosas desde dentro y de preparar así su encarnación.

Pero para poder recibirla, el hombre tiene que ser pobre de espíritu y reconocer su ignorancia (v. 4; cf. Lc 6, 21; 1 Re 17, 1-15; Is 55, 1-3). En el banquete es donde mejor se manifiesta la comunicación del huésped (v. 3) y la receptividad de los comensales (versículo 5), la riqueza y la abundancia del Dios que invita, la sencillez y la pobreza espiritual de los hambrientos de vida divina.

Así se comprende que haya sido fundamentalmente en el banquete donde Cristo ha comunicado a los pecadores la justicia de Dios (Lc 5, 29-32), donde ha revelado a los pobres el pan que viene del cielo (Jn 6, 56-59) y ha dado su propia vida (Lc 22, 14-20) a sus discípulos.

II. Salmo responsorial

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor:

Que los humildes lo escuchen y se alegren.Todos sus santos, temed al Señor
porque nada les falta a los que temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada.

Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?
Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras el.

II.1. GUSTAD Y VED (disposición para la Oración)

Dejo que las palabras resuenen en mis oídos: «Gustad y ved qué bueno es el Señor». Gustad y ved. Es la invitación más seria y más íntima que he recibido en mi vida: invitación a gustar y ver la bondad del Señor. Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos, más allá de libros doctos y escrituras santas. Es invitación personal y directa, concreta y urgente. Habla de contacto, presencia, experiencia. No dice «leed y reflexionad», o «escuchad y entended», o «meditad y contemplad», sino «gustad y ved». Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de «gustar» la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad que es Dios mismo.

«Gustar» es palabra mística. Y desde ahora tengo derecho a usarla. Estoy llamado a gustar y ver. No hay ya timidez que me detenga ni falsa humildad que me haga dudar. Me siento agradecido y valiente, y quiero responder a la invitación de Dios con toda mi alma y alegría. Quiero abrirme al gozo íntimo de la presencia de Dios en mi alma. Quiero atesorar las entrevistas secretas de confianza y amor más allá de toda palabra y toda descripción. Quiero disfrutar sin medida la comunión del ser entre mi alma y su Creador. El sabe cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha creado. A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.

Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano cierra el camino a la sabiduría divina. He de aprender a quedarme callado, a ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi ignorancia. Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la nada de mi existencia con la totalidad de su ser. Para gustar la dulzura de la divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia pasada y todo prejuicio innato. El papel en blanco ante la nueva inspiración. El alma ante el Señor.

El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el cuerpo, y los del Espíritu en el alma: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. (Gal 5,22). Cosecha divina en corazones humanos. Esa es la cosecha que estamos invitados a recoger para gustar y asimilar sus frutos. La alegría brotará entonces en nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda.

«Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza siempre está en mi boca. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre».

III. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 5,15-20.

Hermanos:

Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos. Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje; sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

III.1. Comentario:

La carta a los Efesios ha hecho una síntesis de la vida cristiana a partir del principio de que en Cristo todo ha adquirido un nuevo y definitivo sentido: el querer salvador de Dios ha llegado a plenitud en él. Esto lleva al creyente a celebrar la fe (caps 1-3) en comunidad, y a vivir un nuevo estilo de vida (cap. 4-6). Esta segunda parte es donde se insertan esta serie de avisos que Pablo hace a los lectores; construir el triunfo de Jesús en nuestra vida exige una toma de posiciones claras: cuestión de generosidad. v. 16: Expresión parecida en Col 4, 5. Los «días malos» han sido comprendidos pensando en la época de la carta, o mejor como caracterizando el tiempo de la iglesia en general. El tema, conocido en la literatura sapiencial (Qo 9, 10), toma aquí un vuelo escatológico. El espíritu ha sido comprendido en la primera comunidad como la fuerza opuesta al vigor pasajero de la borrachera (cf. Hch 2). La normalidad y dureza de la vida diaria asumida son la prueba externa de la asistencia de ese poder de Dios que es el espíritu.

La fe cristiana no es un conjunto de cosas extrañas sino la vida vivida desde dentro con la fuerza del que cree en ella y con el cariño del que la ama de verdad. v. 19: No se trata forzosamente de salmos bíblicos (cf. Col 3, 18-19). Los tres términos pueden insinuar también las improvisaciones suscitadas por el Espíritu a lo largo de una asamblea litúrgica (cf. 1 Cor 12, 7-8; 14,26). La vida cristiana se celebra también y se vive en el marco del gozo que produce el llegar a saber que se va captando lo esencial del mensaje y que se está poniendo el acento donde es su lugar. Esto produce gozo y alabanza al Dios bueno. La celebración de la gracia de Dios es una de las notas dominantes de toda la carta desde la bendición inicial (1, 3-14) hasta las exhortaciones de la segunda parte (4, 7). De ahí que esta carta más que una charla didáctica pueda considerarse como una exposición lírica. Cuando la fe llega a tocar los puntos vitales de la vida, rápidamente se pasa a la alabanza. El creyente no puede callar, hacerse lenguas, prorrumpir en alabanzas.

IV. Evangelio según San Juan 6,51-59.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

IV.1. Comentario:

Hasta ahora había hablado Jesús del pan de vida que baja del cielo, del pan con el que regala el Padre a los hombres enviándole a su propio Hijo. Este es el pan de vida (v. 35, 48-51 a), de la misma manera que es también la luz del mundo (8, 12), y da vida a los que creen en él. Pero ahora habla Jesús del pan que él mismo les dará y se refiere expresamente a su carne y sangre, los dones eucarísticos. El lugar paralelo a estas palabras «vida del mundo» lo encontramos en las que pronuncia Cristo sobre el pan en la Cena y precisamente en la forma que recoge la tradición paulina en 1 Cor 11, 24. La expresión «para la vida del mundo» significa lo mismo que «entregada para la vida del mundo» y es una alusión clara al sacrificio de su muerte en la cruz. Por lo tanto, el pan que da la vida es precisamente el cuerpo de Cristo entregado a la muerte para salvar al mundo. (cfr. Luc. 22, 19). Los judíos entienden estas palabras literalmente, como verdadera comida de la carne de Jesús. Pero les parece un disparate, una locura. No obstante, Jesús no mitiga el escándalo que han producido sus palabras. Ahora, confirmando de nuevo el sentido, realista, añade que es también preciso beber su sangre, lo cual resultaba especialmente escandaloso para los judíos, a quienes les estaba prohibido el alimentarse de sangre (Lev. 17, 10 s.; Hech, 15, 20).

La declaración solemne del v.53 asegura que “comer la carne” es aceptar la historia concreta del Jesús histórico, y el “beber su sangre”es valorar la sangre derramada de Jesús en bien de lo humano, es cause de vida eterna. Para esto se necesita una fuerte identificación; por eso se habla de “devorar” más que de “comer”, como quien come con afán total y exagerado de identificarse con la comida que devora. Esa profunda y deseada identificación con la historia de Jesús es la que reporta vida a la persona.

La identificación fuerte con Jesús histórico es la que lleva a la vida definitiva (v.54); la historia lleva dentro el germen de la resurrección. Aquí radican las potencialidades que la fe puede aportar al hecho histórico: sujeto de plenitud que empieza en este “ahora” y se completa en ese “último día” del camino histórico terminado.

De aquí es de donde la vida cristiana extrae la fuerza de sentido que le permite sostenerse y no ceder a las limitaciones de la historia, que parecen decirle que esta vida no tiene realmente sentido y valor. No debe extrañarnos que diga que la carne y la sangre que dan sentido a la historia son “verdaderas” (v.55) y ello no sólo en comparación al viejo alimento del maná sino en relación con todas las pretensiones salvíficas que posterguen lo humano y crean que sólo fuera de la pobreza histórica puede hacer salvación. Así que, confesar la fe en la medianidad del Jesús histórico es, más a la base, creer hondamente en las posibilidades de lo humano. Pero, ¿qué significa eso de comer su cuerpo y beber su sangre? Nuestro texto responde mediante siete afirmaciones.

Comer significa asimilar, significa saber decir el Amén eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Un Jesús al cual ahora nosotros encarnamos. Al cual ahora nosotros hacemos una sola cosa con nosotros.

1. La primera comienza en negativo, en condicional. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”.

2. La segunda, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

3. Enseguida en la tercera vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

4. La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”.

5. La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”. La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.

6. La sexta afirmación es otra afirmación impositiva, muy bonita. Jesús dice lo que ocurre enseguida: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”.

7. Y partiendo de esta realidad negativa, “ellos murieron”en seguida la séptima afirmación, la última, la más vibrante, la más alta, es la positiva para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía.

V. Preparemos nuestra liturgia dominical:

Pasamos en nuestra reflexión del pan de la palabra al pan Eucarístico, los dos panes de vida. Llegamos a la celebración para comulgar con Cristo, y nuestra comunión puede ser orientada desde la comunión de pensamiento, a través de su palabra, y comunión de vida, en la entrega que el Señor realizó sellando la nueva y definitiva alianza.

Nuestro canto de entrada hace memoria de la presencia del Señor a través de estos panes de vida, Alrededor de tu mesa expresa muy bien este espíritu que se quisiera inyectar desde el comienzo de la celebración.

En la presentación de los dones expresamos nuestra entrega a Jesucristo en particular nuestro compromiso de seguirle en amor esponsal «Bendito seas Señor (F. Palazón)

En la comunión nos acercamos para encontrarnos con el Señor y con el hermano que es parte de su cuerpo místico el canto Acerquémonos todos al altar. Otros cantos Yo soy el pan de vida (S. Toole). Donde hay caridad (J. Madurga). Comiendo el mismo pan (J. Madurga). Gustad y ved (A. Bravo).

En la salida damos gracias al Señor por el gran don de la Eucaristía dispuestos a ir por el mundo a hacer las veces de Cristo. Bien puede cantarse la Canción del testigo (A. Espinosa) Gracias Señor (C. Gabarain). Tú eres María (Kairoi).

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