Domingo 24 del Tiempo Ordinario – Ciclo B

XXIV domingo del tiempo ordinario

1. Introducción:

Siguiendo la temática del saber oír y proclamar del domingo anterior, hoy la enseñaza está orientada hacia la búsqueda del verdadero seguimiento a la persona de Cristo. La primera lectura nos ofrece la visión de Isaías sobre la vocación del siervo sufriente. El Evangelio presenta a Jesús revelando su verdadera identidad.

2. Lectura del Profeta Isaías 50,5-10.

En aquellos días, dijo Isaías: El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado, ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado. Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí? Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque. Mirad, mi Señor me ayuda; ¿quién probará que soy culpable?

2.1. Comentario:

Este texto pone de manifiesto que este personaje es plenamente consciente de su misión y de su destino. Por eso la insistencia sobre el “aprender”, “abrir el oído”. El servidor sabe que debe enfrentarse en un juicio con sus enemigos. Así se presenta por el lenguaje que tenemos en el texto: defensor, denunciar, comparecer, acusar, condenar. Sabe que dispone de los medios necesarios para hacer frente a la situación y salir victorioso. El Señor mismo tomará a su cargo su defensa, y él no se revela a su destino. La imagen que proyecta es la de un prisionero que después de haber sido maltratado espera el momento del juicio. Por la mañana muy temprano se ha despertado con la seguridad de que Dios lo ayuda, y de que po ello será capaz de derrotar a sus enemigos. Espera ese momento con alegría, como un momento de triunfo propio y de glorificación de Dios. Le falta, sin embargo, todavía la experiencia final de los tribunales corrompidos, del triunfo de la injusticia, del silencio de Dios.

3. SALMO RESPONSORIAL
Sal 114,1-2. 3-4. 5-6. 8-9

R/. Caminaré en presencia del Señor,
en el país de la vida [o Aleluya].

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante;
porque inclina su oído hacia mí,
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas me salvó.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor,
en el país de la vida.

3.1. Comentario:

Este salmo se rezó un Jueves Santo de camino hacia Getsemaní. Había acabado la cena; el grupo era pequeño, y el último himno de acción de gracias, el Hal-lel, quedaba por recitar; y lo hicieron al cruzar el valle hacia un huerto de antiguos olivos, donde unos descansaron, otros durmieron, y una frágil figura bajo la luz de la luna rezaba a su Padre para librarse de la muerte. Sus palabras eran eco de uno de los salmos del Hal-lel que acababa de recitar. Salmo que, en su recitación anual tras la cena de pascua, y especialmente en este último rito frente a la muerte, quedó como expresión final del acatamiento de la voluntad del Padre por parte de Aquel cuyo único propósito al venir a la tierra era cumplir esa divina voluntad.

«Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del Abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: `¡Señor, salva mi vida!’»

Me acerco a este salmo con profunda reverencia, sabiendo como sé que labios más puros que los míos lo rezaron en presencia de la muerte. Pero, respetando la infinita distancia, yo también tengo derecho a rezar este salmo, porque también yo, en la miseria de mi existencia terrena, conozco la amargura de la vida y el terror de la muerte. El sello de la muerte me marca desde el instante en que nazco, no sólo en la condición mortal de mi cuerpo, sino en la angustia existencial de mi alma. Sé que camino hacia la tumba, y la sombra de ese último día se cierne sobre todos los demás días de mi vida. Y cuando ese último día se acerca, todo mi ser se rebela y protesta y clama para que se retrase la hora inevitable. Soy mortal, y llevo la impronta de mi transitoriedad en la misma esencia de mi ser.

Pero también sé que el Padre amante que me hizo nacer me aguarda con el mismo cariño al otro lado de la muerte. Sé que la vida continúa, que mi verdadera existencia comienza sólo cuando se declara la eternidad; acepto el hecho de que, si soy mortal, también soy eterno y he de tener vida por siempre en la gloria final de la casa de mi Padre.

Creo en la vida después de la muerte, y me alienta el pensar que las palabras del salmo que hoy me consuelan consolaron antes a otra alma en sufrimiento que, en la noche desolada de un jueves, las dijo también antes de que amaneciera su último día sobre la tierra:

«Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida».

4. Lectura de la carta del Apóstol Santiago 2,14-18.

Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.

4.1. Comentario: La fe sin las obras

Con los actos es como hay que demostrar la fe. Este pasaje de Santiago nos preserva de toda ilusión en la vida cristiana: ésta no consiste en conceptos, sino en realizaciones concretas. Al leer el pasaje, caemos en la cuenta de que está hecho más bien para ser proclamado; es incisivo, y su proclamación a nadie puede dejar indiferente. El cristiano que lo oye, se siente inmediatamente invitado a considerar cómo vive. En cuanto a la concreta actividad que ella supone, nos la describen estos versículos orientados al cuidado del otro y de la caridad.

La fe conceptual no salva; tiene que pasar a lo concreto de la vida. Para expresarlo mejor, Santiago recurre, como buen predicador, a un ejemplo. No le falta humor en la elección de su parábola, de hecho, en ella encontramos a nuestros buenos cristianos de siempre, fecundos en principios de vida, pero poco inclinados a ponerlos en práctica. Decía san Agustín que no se evangeliza a vientres vacíos. El verdadero testigo de la fe no se contenta con predicarla, sino que percibe de hecho las necesidades y busca solucionarlas. Para Santiago, el cristiano de su parábola sólo tiene una fe muerta… «Yo, por las obras, te probaré mi fe». Así pues, la sola posesión del don de la fe no puede salvar, es preciso obrar.

Ninguna oposición en esto a san Pablo: aunque éste escribe que la fe sola salva (Rm 3, 28), en él se trata de una manera de expresar teológicamente la iniciativa del Señor que salva mediante el don de la fe; nuestras actividades nada pueden por sí mismas. La fe es don de Dios (Rm 3, 27; 4, 2-5), y la salvación está condicionada por la fe (Rm 3, 22-28). Sin embargo, san Pablo nos dice insistentemente que es la actividad obediente de Cristo la que nos salva (Rm 5, 18-19), en ese sentido, no son las obras de los hombres las que pueden salvarlos (Rm 3, 28); pero la colaboración del hombre que ha recibido la fe es necesaria para su salvación: «… hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2, 10).

5. Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8,27-35.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas. El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Pedro le contestó: Tú eres el Mesías. El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará

5.1. Comentario:

Ya desde 4,41 se presenta la pregunta: ¿Quién es Jesús? Para desarrollarla Jesús mismo lo hace a sus discípulos.

En el v. 28 los discípulos dan tres respuestas que también se habían mencionado en 6,14-15. Las figuras del Bautista, de Elías que iba a venir o de otro profeta antiguo se entendían como anunciadores y precursores del final de los tiempos. El tema de la resurrección, mencionado en el caso del Bautista por Herodes (6,14), lo aborda Jesús sólo más tarde y de manera diversa (8,31). El v. 29 presenta la opinión a la que han llegado los discípulos sobre Jesús, tardando mucho en ver claro. Pedro expresa con claridad que Jesús es el Mesías. El texto nos muestra también que esa concepción tiene una doble interpretación y que puede ser mal comprendida. El significado básico de Mesías “Rey de los últimos tiempos en nombre del Señor”, y las modificaciones en la espera del Mesías de esa época nos presentan cuatro formas diversas de mesianismo: 1. Real, 2. Sacerdotal, 3. Profético, 4. Escatológico.

En el Evangelio de Marcos también los adversarios de Jesús entienden al “Mesías” como “Rey de Israel” (15,32), es decir, con un significado nacional y político. Pilato concibe la acusación contra Jesús como revolucionario en busca de tratamiento “de ye” y lo llama “rey de los judíos” (15,2.9.12), como también lo hacen los soldados a manera de burla (15,18), y la inscripción en la cruz (15,26). Jesús no lo rechaza directamente, pero no quiere que se propague la confesión de Pedro. La concepción popular del Mesías, a juicio de Jesús, estaba deformada y mundanizada. Quiere evitarla en sus oyentes y corregirla en sus discípulos. Este es el motivo de los “mandatos de silencio”. Se debe evitar el equivoco.

Los vv. 31-33 nos presentan el primer anuncio de la pasión y resurrección

El primer anuncio se define como resumen de una instrucción detallada y bastante prolongada. Jesús predice que no será reconocido por los miembros del “Sanedrín”, el Consejo que gobernaba a los judíos de ese tiempo bajo el Prefecto Romano y que estaba formado por el sumo sacerdote y por los mayores representantes de los Ancianos y de los Maestros de la Ley. El Sanedrín lo condenará a muerte, manifestando de esta manera que la mayor autoridad de Israel rechazará a Jesús. Las palabras utilizadas para describir la pasión de Jesús pertenecen a imágenes ideales del AT: los sufrimientos se mencionan en textos que se referían a la muerte violenta que experimentaban los “justos que sufren” y los “profetas”. Pero Jesús añade que a los “tres días resucitará”. En los textos del AT. La expresión a los “tres días” significa que Dios brinda ayuda y salvación a los justos, no los deja por largo tiempo en la tribulación. El pueblo de Israel ha experimentado la fidelidad de Dios “a los tres días” le brindó Dios la salvación a sus justos que sufren (Os 6,2; Jon 2.1). Esta fórmula es utilizada por la primera comunidad cristiana en el NT para interpretar sus experiencias de pascua y para expresar la fe en la resurrección de Cristo (1 Cor 15,4).

Jesús se llama a sí mismo “Hijo del Hombre”. A causa de la visión del “Hijo del Hombre” de Dan 7,13ss , el dominador del reino de Dios del final de los tiempos se designaba así. El v. 32 nos presenta la inconformidad de Pedro ante la posibilidad de muerte. El mismo evita hablar al respecto con Jesús delante de los demás, por eso se lo lleva aparte y lo amonesta. El v. siguiente presenta a Jesús con un gesto que se extiende a todos los discípulos que parecen tener la misma opinión de Pedro. En el contexto, el reproche de Jesús de que Pedro es un “tentador” (Mc 1,11.12) puede referirse a que Pedro rechaza el presagio de la pasión del Mesías. Pero para Jesús éstos son pensamientos humanos, no los planes de Dios: como los son igualmente las “prescripciones humanas” que anulan los mandamientos divinos (Mc 7,1-23).

A partir de este momento se comienza a llamar la atención sobre la cruz, para ser discípulo se requiere: Cargar la cruz.

En el Antiguo Testamento y en el judaísmo no existía el castigo de la cruz; eran los romanos quienes condenaban a esclavos y revoltosos a la crucifixión. Sin embargo, Jesús y sus discípulos conocían esta clase cruel de ejecución. Después de la muerte de Herodes el Grande (4 a.c.) Quintilius Varus, gobernador romano de Siria en esa época, había hecho crucificar revoltosos cerca de Jerusalén. Los revoltosos eran llamados algunas veces sicarios o ladrones, como Barrabas. Los relatos de la pasión de Jesús ofrecen una descripción detallada de la crucifixión romana.

De acuerdo con las palabras de Jesús, cargar el leño atravesado sobre la espalda se convierte en símbolo de seguimiento. En boca del Jesús histórico esas palabras pueden también significar: es posible que me espere la muerte; así también mis discípulos deben estar dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias del seguimiento, incluso hasta el castigo de la cruz. Todas las privaciones impuestas por el seguimiento deben soportarse en esta óptica. A la luz del relato de la pasión de Jesús, el cargar con la propia cruz designa la realización del seguimiento en todas las situaciones de la propia vida, de la misma manera como lo hizo Jesús, es decir con la disposición a aceptar todas las consecuencias para cumplir enteramente la voluntad de Dios.

Seguir a Jesús

La guía de Jesús clarifica y constituye el momento decisivo. Ella se despliega ampliamente en el resto del Evangelio. Todo esto significa una decisión de fondo, anticipada para la acción: Jesús crucificado se pone como símbolo, no de un ansia autodestructiva de martirio, sino de la total preferencia por al actitud de “Los pobres y pequeños”, completamente libres para cumplir el mandamiento de Dios, sin preocuparse de la propia vida o muerte y sin caer en la dependencia de la riqueza, del poder o de la codicia.

En el v. 35 Jesús recuerda la experiencia de que la vida definitiva toma su origen sólo desde el radical compromiso que incluye la posible perdida de la vida pasajera. Esto significa ante Dios que, quien de modo egoísta busca solo la felicidad terrenal, ocasiona su propia muerte. Significa, además, que a partir de la vida y muerte de Jesús la vida de los fieles tiene una nueva cualidad.

Preparemos la liturgia Eucarística:

1. Celebrar la Eucaristía significa renovar la pasión y la muerte en cruz de Jesús. Hoy de una manera especial la liturgia dominical nos invita a ver a Jesús como el “Siervo que sufre”, y como el “Mesías que tiene que padecer mucho y ser condenado a muerte” para realizar la obra de la salvación de la humanidad. Nos invita a ser sus discípulos a seguirle con la cruz a cuestas.

Canto de entrada: Que te escuche el Señor (A. Mejía, Misa melódica). Vienen con alegría (C. Gabarain)

2. Cristo es el salvador porque supo ofrecerse con totalidad y sin condiciones. Presentemos nuestras vidas, para bien de la iglesia y salvación de todos. Con las ofrendas ofrezcamos nuestro canto.

Presentación de ofrendas: Entre tus manos (Ray Repp). Señor te ofrecemos el vino y el pan (Aragües).

3. En este momento de la comunión, Jesús renueva su entrega total y amorosa por nosotros, ofreciendo su propio cuerpo, como alimento de vida y de unidad. Que hagamos comunión verdadera con él, aceptando con amor la cruz, y entregándonos al bien de los demás. Participemos con el canto de comunión.

Comunión: Donde hay caridad y amor (J. Madurga). Tu camino y tu verdad (Kairoi) Padre me pongo en tus manos (Kairoi). El señor es mi fuerza (Espinosa). Cristo libertador (C. Erdozain).

4. Salida: Santa María de la esperanza (Espinosa)

Un comentario sobre “Domingo 24 del Tiempo Ordinario – Ciclo B

  1. hola!quisiera saber en que biblia esta escrito este salmo 114 en razon de que no lo encuentro en ninguna de las biblias que tengo a la mano… gracias

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