Jesucristo Rey del Universo – Ciclo B

Domingo XXXIV del tiempo ordinario:

1. Oración:

Oh Cristo Jesús, te reconozco por Rey universal. Todo cuanto existe ha sido creado por ti. Ejerce sobre mí todos tus derechos. Renuevo mis promesas del bautismo, renunciando a Satanás, a sus seducciones y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano. Muy en particular me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de tu Iglesia. Jesucristo, te ofrezco mis pobres acciones para obtener que todos los corazones reconozcan y vivan tu mensaje de paz, de justicia y de amor. Amén.

2. Introducción:

El Reino de Dios es un servicio divino al hombre. La bondad de Dios ha puesto a su alcance la liberación total. El que quiere entrar en este Reino conoce lo que es la libertad.

Porque el Reino pide el cambio de corazón y por él desembocar en la liberación. ¡Hemos de captar todo el significado de la realeza de Cristo! ¡Merece la pena entrar en el dominio de este Señor! El nos ofrece la libertad del orgullo, de la mentira y del odio; nos enseña el camino del amor y de la verdad; nos invita a la lucha gozosa a favor de los hermanos. En este Reino se nos da el Espíritu Santo, que reafirma la debilidad humana, cambia las cosas imposibles y llena de consuelo. Entrar en el Reino significa entrar en el movimiento del amor de Cristo.

3. Lectura del Profeta Daniel 7,13-14.

Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Comentario: La aniquilación de los reinos del mundo deja el camino despejado para el establecimiento del eterno reino de Dios (cf.2,44; 3,33; 4,31). Su representante o señor no emerge (caso de 2 Esd 13,2s) como una bestia desde el abismo, sino en figura humana procedente de lo alto y recibiendo el poderío eterno de parte del Altísimo, o sea, de Dios, que no habita tiempo y espacio.

En esta primera visión del profeta, «Hijo del hombre» no significa otra cosa que hombre. Aunque no se acentúa aquí el concepto en referencia a sus debilidades (como en Sal 8,5; 144,3s; y frecuentemente en Ez), sino teniendo en cuenta su superioridad sobre los animales. También «Hijo del hombre» representa aquí un colectivo: «el pueblo de los santos del Altísimo», es decir, en primera línea, los judíos fieles a la ley, de los que a la vez es representante y señor (dueño).

En él toma cuerpo el señorío, es decir, él ejerce el dominio que se ha entregado al «pueblo de los santos». Pero hay que tener en cuenta que en la explicación de Daniel no se separan entre sí el colectivo del individuo principal o representante del mismo. Aunque en el AT, y en general en el antiguo oriente, el título de «Hijo del hombre» no es mesiánico, en este lugar sí tiene una intencionalidad mesiánica en referencia al eterno señorío sobre el mundo.

4. SALMO RESPONSORIAL
Sal 92, 1ab. 1c-2. 5

R/. El Señor reina, vestido de majestad

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder.

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.

Tus mandatos son fieles y seguros,
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.

COMENTARIOS AL SALMO 92

Cristo resucitado, Rey del Universo

1. Para Gregorio de Nisa, este salmo canta el misterio de la victoria de Cristo sobre la muerte, tema muy apropiado para la celebración del amanecer de este Domingo. Por su parte, Eusebio prolonga así la interpretación del Niseno: «En su Encarnación y Muerte, el Señor se había revestido de humildad: «No hay en Él belleza que agrade…» (Is 53: 2). Pero, una vez que volvió a tomar posesión de su gloria, aquella que había tenido siempre junto a su Padre, «ha transformado nuestro cuerpo de bajeza» (Filp 2, 14) y ahora reina vestido de majestad. Esta expresión indica que hubo un tiempo en que Él fue expoliado de esa majestad. En efecto: «fue crucificado por razón de su flaqueza» (2 Cor 13, 4), pero después de haber vencido a la muerte, tomó posesión de su Reino y se ha vestido de majestad y ceñido de poder.

Habiéndose, pues, revestido de su propia omnipotencia, afronta una empresa gigantesca: afianzar el orbe, sin que vacile. Cristo, después de haber desbaratado las potencias adversas, ha enaltecido de nuevo la tierra que, debido al dominio del Maligno, estaba a punto de precipitarse al abismo. En la persona de la Iglesia, fundada sobre una roca inexpugnable para el Demonio, ha afianzado el mundo, hasta el punto de nunca consentir que se desvíe del amor de Dios.»

2. Del mismo modo que por medio de las aguas, dominadas al comienzo del mundo por su potencia creadora, el Verbo hizo a la tierra fecunda, así también ahora Cristo, por medio del Espíritu Santo, santifica a los hombres y afirma su Reinado en el mundo.

El Espíritu Santo es ese «río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero (Ap 22, 1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo», río divino cuyo correr alegra la ciudad de Dios (Sal 45, 5), y alimenta los muchos ríos de las almas.

3. «Esta casa es la Iglesia. Para permanecer firme para siempre (v. 2), nada le conviene mejor que la santidad. Pues de la misma manera que lo que es propio del testimonio de Cristo es la verdad, así también lo que es propio de su casa es la santidad. De modo que, si -Dios no lo quiera- la inmundicia y la impiedad se vieran un día en la casa de Dios, Él mismo, que habita en ella, diría: «He aquí que vuestra casa va a quedar desierta.» (Mt 23, 38)»

5. Lectura del libro del Apocalipsis 1,5-8.

A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A Aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a El, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.

Las raíces del Apocalipsis de Juan se hallan en el género apocalíptico judío y su pretensión es la misma: a través de visiones simbólicas y cargadas de imaginería misteriosa, quiere reforzar la fe de los lectores en medio de la persecución, asegurándoles la victoria final. Pero a pesar de estas raíces y de esta pretensión similar, una cosa lo diferencia radicalmente: aquí no se trata de elucubrar con sueños de los que nunca se explica directamente el significado, sino que ya desde el principio aparece explícito el sentido final de todo, porque el objetivo de la historia se ha revelado ya con la muerte y resurrección de Jesucristo. La victoria final más allá de cualquier persecución es, por tanto, la victoria que ya ha conseguido Jesucristo, convertido en Señor de la historia por su misterio pascual.

Este es, por tanto, el tema de estos primeros versículos del Apocalipsis que leemos hoy, la victoria final sobre la persecución (tanto la de los judíos que «le traspasaron» como la de «todos los pueblos de la tierra», las naciones paganas que ahora persiguen a la Iglesia) se fundamenta en Jesucristo, que es «el Príncipe de los reyes de la tierra» y aquél que cumple la profecía de Dan 7 (cf.1 lectura) y «viene en las nubes».

Pero esta soberanía no se ha obtenido por medio de exhibición de poder, sino a través del amor a los hombres y de la sangre de su cruz. Jesucristo, en efecto, se ha convertido en Señor de la historia porque ha sido fiel al proyecto de amor de Dios sobre la historia. Por eso es el «Testigo fiel», porque con su vida y con su muerte ha revelado totalmente quién es el Padre, convirtiéndose así en «el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra».

6. Lectura del santo Evangelio según San Juan 18,33-37.

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

5.1. Comentario: Los judíos han resuelto acabar con el Nazareno; Pilato no puede menos de verse envuelto en la causa y lo somete a interrogatorio. Su pregunta supone la acusación, expresamente mencionada por Lucas (Lc 23,2), de que este Jesús se hacía llamar «Cristo Rey» (o Rey Mesías) y soliviantase al pueblo. Con la sola excepción del pasaje de la adoración de los Magos (Mt 2, 2), el título de «Rey de los judíos» aplicado a Jesús aparece únicamente en conexión con su proceso. Hay que observar que «Rey de los judíos» es propiamente la versión política del título mesiánico «Rey de Israel».

Sabiendo los judíos que a Pilato sólo le interesaba lo político, tergiversan el sentido de la realeza mesiánica tal y como la entendía Jesús y le obligan a intervenir. Muchos acusaron ante Pilato a Jesús de lo que no era, un rey político, y muchos lo hicieron por despecho, pues eso era lo que deseaban que fuera efectivamente y Jesús se resistió, decepcionando al pueblo. Y fue necesario que Jesús muriera por esa falsa acusación para que se mostrara al mundo su verdad: que es rey pero no como los reyes de este mundo.

El evangelista Juan es consciente de la ironía que envuelve todo el proceso de Jesús, esto es, de la tremenda verdad que se manifiesta en la farsa. Para los incrédulos y para los verdugos de Jesús todo acontece como una burla y según el ceremonial de la entronización de los reyes de Israel (cfr. 1 Re 1, 32-48): la coronación (Jn 19, 1-3), la aclamación del pueblo al que ha sido coronado (19, 5s), la entronización (19, 13-16). Pero este rey escarnecido por los romanos y rechazado por los judíos es, para Juan y para los creyentes, el verdadero rey que ha sido «exaltado» en la cruz y glorificado por el Padre. No sólo es rey de Israel, sino también de todos los que escuchan la verdad, porque es rey como testigo de la verdad. Los que buscan y hacen la verdad le siguen y escuchan su voz.

Jesús responde con otra pregunta a la de Pilato, aclarando la situación sicológica del interrogatorio. Pues es evidente que Pilato no había tomado en serio la acusación de los judíos y en sus palabras se adivinaba un tono burlesco. Pilato acusa el golpe y, dejándose de bromas de mal gusto, pide que Jesús declare lo que ha motivado la acusación. Sin embargo, Jesús recoge la primera pregunta de Pilato y la contesta. Le habla de un extraño reino que no es de este mundo, de un reino que no se apoya en la fuerza ni se defiende con las armas. El reino de Jesús no se parece en nada al imperio romano ni a otros reinos políticos. Pilato ya no entiende nada; no le cabe en la cabeza todo eso de un reino de soldados. Por eso va directamente al grano y le dice que conteste a la pregunta sin evasiones, que le diga si es o no rey.

La respuesta no se hace esperar. Jesús es rey. Pilato no querrá saber más porque no entiende más, porque no quiere entender más que esto. Pero Jesús añade algo muy importante. El sentido de su reinado no es la voluntad de poder, sino cumplir en el mundo la misión de atestiguar la verdad. Para esto no hacen falta soldados; para esto hacen falta testigos capaces de dar la vida. Jesús es el «Testigo fiel», el que sirve a la verdad como nadie.

Por eso es rey. Jesús es incluso la Verdad misma. Por eso son de Jesús y siguen a Jesús cuantos sirven a la Verdad. Pilato busca un pretexto para salir de aquel embrollo; no busca la verdad, sino una causa para justificar su sentencia. Pilato es un «realista» que no entiende más que de política. No le interesa la verdad y no puede comprender que un hombre, por amor a la verdad, se deje matar. Por eso pregunta seguidamente como un escéptico: «¿Qué es la verdad?», y deja a Jesús sin esperar respuesta. Pilato renuncia a la verdad y la entrega a cambio de su torpe interés, haciendo su política de acuerdo a las circunstancias. Después se lava las manos y dice que es inocente (Mt 27,24).

6.2. Reflexión personal

¿Tengo a Jesús como compañero histórico, punto de referencia capital, luz asumida para mi vida, hermano mayor, experiencia fundamental para la autocomprensión y orientación de mi existencia? ¿Qué otros títulos puedo otorgarle a Jesús, más expresivos para mí que el título de Rey? A pesar de lo que contestó a Pilato, Jesús no quería ser Rey, y de hecho huyó cuando le quisieron nombrar rey. Proclamando a Cristo como Rey muchas veces lo que se quería proclamar era la supremacía de una religión, o la reclamación de privilegios por parte de la autoridad civil. Todavía peor, la aclamación de Cristo Rey por parte de las derechas y de los poderes económicos en las sociedades injustas venía a servir de legitimación de la injusticia. Profundizar en el grupo en estos aspectos negativos que, de hecho, ha tenido en la historia esta proclamada realeza de «Cristo Rey».

Jesús habló y se desvivió por el Reino de Dios, a cuyo advenimiento se entregó incondicionalmente. Convertirlo en Rey a él, fue de hecho para muchos una forma de olvidar precisamente la Causa de Jesús. El predicador del Reino fue convertido él mismo en Rey y se olvidó el Reino de Dios que él había anunciado.

¿Es legítima una reinterpretación de este título y de esta fiesta? ¿Se puede pensar que un título mucho más adecuadamente expresado que el de «Rey» sería el de «luchador por la Causa del Reino»?.

Oración final:

Dios Padre nuestro, que nos mostrado la ternura de tu amor en Jesús, nuestro Señor; ayúdanos a vivir descubriendo el mensaje de Jesús en la vida de cada día; y que la fuerza de la Eucaristía nos ayude y nos comprometa para hacer del mundo un reino de hermanos unidos. Por nuestro Señor Jesucristo.

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