I Domingo de Adviento
«Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación»
1. Lectura del Profeta Jeremías 33,14-16.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: «Señor-nuestra-justicia».
2.1. Comentario: Se abre el Adviento con el anuncio profético del Mesías. Será un vástago de David. El tronco de Jesé no puede secarse. Establecerá en la tierra la justicia y el derecho. Se ve que en tiempos de Jeremías tampoco prosperaban la justicia y el derecho. El vástago de David hará justicia, él mismo será justicia, la de Dios, y a su paso todo lo dejará justificado. Y uno pregunta: ¿Qué hay de esta profecía? ¿Se puede saber si la justicia y el derecho han florecido alguna vez en la tierra? ¿En qué tiempo? ¿En qué ciudad? ¿Es que aún no ha venido el Mesías? Estos versos se escriben a principios del siglo VI a.C., hace más de 2.500 años. ¿Es que Dios no cumple su promesa?
Busca en la fe tu respuesta. El Mesías-Dios-justicia no sólo vino, sino que se quedó con nosotros. Pero su presencia es dinámica y con tensión escatológica. Vino, pero aún tiene que venir. Está, pero no del todo. Actúa, pero se vale de nosotros. No reparte frutos, sino semillas. Crece a la manera del fermento, pero deja crecer también a la cizaña. Por todo ello conviene celebrar el Adviento.
2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14
R/. A ti, Señor, levanto mi alma.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.El Señor es bueno y recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.Las sendas del Señor son misericordia y lealtad,
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
3. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 3,12-4,2.
Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos, y que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre. Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús.
4.1. Comentario: Después de escuchar las buenas noticias que le trae su discípulo Timoteo de la comunidad de Tesalónica, Pablo escribe esta primera carta a los tesalonicenses. En esta epístola se nota el gozo y la complacencia de Pablo por la buena marcha de aquellos cristianos, a los que llama su «gloria y su corona» (2, 19) y que han pasado a ser un ejemplo y un foco de difusión evangélica para toda Grecia (1, 6-8). No obstante, Pablo sabe que no deben dormirse en los laureles y les exhorta para que sigan adelante; pues la vida cristiana está siempre en camino por vías de esperanza hasta que el Señor venga. Por esta razón concluye la primera parte de su carta pidiendo a Dios que aumente el amor cristiano en aquella comunidad hasta el colmo y que los haga santos e irreprensibles.
La petición de Pablo por la comunidad y lo que él pide, el crecimiento constante del amor, se sitúan justamente en la perspectiva que abre la esperanza en la venida del Señor. Porque el Señor vendrá y nos juzgará a todos sobre el amor. Mientras tanto, hay que creer sin medida en el amor y hay que pedir constantemente a Dios lo que todavía nos falta. Pablo suele llamar «santos» a los fieles, pero en este pasaje se refiere a los ángeles que acompañarán al Señor en su venida gloriosa y no a los fieles que murieron y ya están en el cielo. Los ángeles significan el poder y la majestad del Señor (cfr. Zac 14. 5; Mt 16, 27; Mc 8, 38). Aunque no ha escatimado alabanzas a la conducta de los tesalonicenses, Pablo insiste de nuevo en que deben seguir progresando. Pues en esto del amor siempre andamos a la zaga de sus exigencias, siempre estamos en deuda. Hay que amar a los hermanos y a todos los hombres, e incluso a los enemigos (cfr. Gal 6, 10; Rm 12, 17). Ningún cristiano puede llegar tan lejos en el amor que diga que ya ama lo suficiente y que ya es perfecto, pues debe ser perfecto sin límites. Sabiendo que sólo agrada a Dios el que le imita, el que trata de ser perfecto como Dios es perfecto. Y Dios es Amor (1 Jn 4,8. 16). Los tesalonicenses, evangelizados personalmente por Pablo, saben a qué atenerse. En su primera visita les enseñó todo lo que tenían que hacer. Y lo hizo no en su nombre, sino en nombre de Jesús, que es el Señor. Ahora les anima a ser fieles a las instrucciones recibidas.
5. Lectura del santo Evangelio según San Lucas, 21,25-28. 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo, temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.
5.1. Este pasaje hay que situarlo, lo mismo que los dos evangelios anteriores (ciclos A y B), dentro de ese difícil contexto del anuncio de la ruina de Jerusalén. Sirviéndose de los términos habituales de la apocalíptica y de la escatología judías para describir esa caída, el Señor atribuía a ese acontecimiento la amplitud misma de cumplimiento de los últimos tiempos.
a) El pasaje de este día sigue inmediatamente a la descripción del asedio de Jerusalén (vv. 20-24). Todo sucede como si se tratara de una catástrofe cósmica que trastorna incluso los astros y sume a los hombres en la mayor confusión (vv.25-26). Era un procedimiento clásico de los apocalipsis judíos describir la ruina de una ciudad como un «Día de Yahveh» que llevaba consigo catástrofes de orden cósmico (Is 24, 10-23; 13, 6-10; Jer 4, 23-26). Así, después de Babilonia, Samaria, Gomorra y otras muchas ciudades paganas, Jerusalén va a experimentar a su vez el «Día de Yahvé». Al comentar (más discretamente por lo demás, que el texto paralelo de Mateo) la descripción de la destrucción de Jerusalén mediante ciertas imágenes de orden cósmico, Lucas no pretende necesariamente anunciar el fin del mundo, no hace más que amoldarse al género literario de los apocalipsis para decir, tan sólo, que la caída de Jerusalén será una etapa decisiva en la implantación del reino de Yahvé en el mundo. La intervención de toda la naturaleza en el momento de la caída de Jerusalén sigue siendo un reflejo de una concepción bíblica que presenta el reino mesiánico como una nueva creación que pone en entredicho los fundamentos de la antigua (Jl 3, 1-5; Ag 2, 6; Is 65, 17). La caída de Jerusalén es, así, la aurora de una creación de nuevo cuño.
b) Después de haber subrayado la repercusión cósmica del hundimiento de Jerusalén, Lucas anuncia la «venida del Hijo del hombre entre nubes» (v. 27). Se trata, evidentemente, del misterioso personaje anunciado por Daniel (7, 13-14) y a quien se confiará el juicio de las naciones. Para Lucas, esta manifestación del Hijo del hombre-Señor de los pueblos coincide con la caída de Jerusalén. Se comprende mejor esta sustitución si se tiene presente que el templo era considerado precisamente como el punto de la gran concentración de las naciones bajo el imperio de Yahvé (Is 60) y que Cristo tuvo especial cuidado en atribuir esa prerrogativa a «aquel que viene» o a «aquel que viene sobre la nube» (Mt 21, 61-64; 23, 37-39). «Venir sobre la nube» designa un personaje aureolado por la gloria divina: los cristianos aplicarán, pues, sin dificultad, esta expresión a Cristo resucitado. Cristo «viene sobre la nube» desde el momento de su resurrección, y todo acontecimiento que sirve para establecer su soberanía sobre el mundo es una nueva «venida sobre la nube» de aquel que ha adquirido todo imperio sobre el mundo, para ser siempre y hasta el fin de los tiempos «El que viene» (Ap 1, 7; cf. Ap 14, 14). Se puede, pues, decir que el tiempo de la Iglesia, inaugurada con la resurrección, y, más concretamente, el día en que la Iglesia se liberó totalmente del judaísmo, constituye la «venida del Hijo del hombre».
c) Después de haber hecho de la caída de Sión el acontecimiento inaugural de la nueva creación y que constituye una etapa importante en la «venida del Señor», San Lucas pasa a las aplicaciones morales. Se dirige en particular a la «generación» de sus contemporáneos (vv. 31-32) para enseñarla a ver en la caída de Sión un «signo» de la «proximidad» del Reino (vv. 27-31). Por lo demás, esa proximidad no es esencialmente de orden temporal, como si el fin del mundo fuera a producirse de inmediato; se trata más bien de una proximidad ontológica: en cada acontecimiento de la historia de la salvación y de la historia de los hombres, el Reino futuro está presente y se trata de aprender a descubrirlo. La vigilancia es precisamente la virtud de aquel que está bastante preocupado por la extensión de la soberanía del Hijo del hombre para descubrirla en germen en cada uno y «en todo». La caída de Jerusalén ha sido un jalón en la venida del Señor sobre la nube porque ha obligado a la Iglesia a abrirse decididamente a las naciones y a establecer un culto espiritual, liberado del particularismo del templo. Pero cada etapa de la evangelización del mundo, vinculada, por lo demás, a cada etapa de humanización del planeta, es también un jalón de esa venida del Hijo del hombre. Cada conversión del corazón, mediante la que el hombre se abre más y más a la acción del Espíritu del Resucitado y cuenta un poco menos con la «carne», es una nueva manifestación de esa venida. Cada asamblea eucarística, reunida precisamente «hasta que El vuelva» y beneficiaria de esa gloria y de ese poder del Hijo del hombre sobre la nube, es, finalmente, el jalón por excelencia de ese acontecimiento.
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