Domingo 2 de Adviento – Ciclo C

2 domingo de adviento ciclo C

Juan Bautista el Precursor

Introducción

El Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino. Sólo Dios puede desenmascarar nuestro autoengaño y arrancarnos de nuestra mentira. Esa acción cauterizadora que Dios realiza en el hombre es el juicio, el juicio de Dios. El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el Espíritu.

El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación. Ahora bien, Dios no nos justifica moviéndonos a realizar actos meramente externos, rituales, sino a dar buenos frutos; es decir, nos impulsa a la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y de entrega, a vivir en la justicia. Somos justificados si aceptamos el impulso de Dios a vivir en la justicia. La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva. El Reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. El juicio pende sobre nuestras cabezas, como el hacha sobre la raíz del árbol que va a ser cortado. De cada uno depende el que ese juicio dé paso a una conversión o a un endurecimiento irremediable.

En este segundo domingo de adviento, la Iglesia nos orienta hacia los pasos de la conversión, siguiendo el orden de lo que la iglesia recomienda nos preparamos para orar, leer, meditar, comprometernos con Dios que nos habla. Éste es un método antiquísimo en la Iglesia para orar la Palabra de Dios. El concilio Vaticano II lo recomendó afirmando: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran `la ciencia suprema de Jesucristo´ (Flp 3, 8), `pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo´…. Los fieles recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues `a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos los oráculos divinos” (Dei Verbum 25).

1. Invoca al Espíritu

Invocación al Espíritu

Soplo de vida que llevas a cumplimiento las promesas del Dios Amor, ven e irrumpe en nuestras vidas ahora que nos disponemos a esperar. Ven y haz que nuestra espera sea ardiente. Ven y sostennos hasta que vuelva aquel a quien anhelamos. Ven y apasiona nuestras vidas mientras Él llega. Ven y calienta nuestros corazones con una caridad auténtica.

Ven, Espíritu, ilumina nuestras mentes, serena nuestras entrañas para que te acojamos sin temor y nos abramos a la Palabra de la Vida, que quiere encender las ascuas de nuestro espíritu para que ardamos en la vivencia de la fe.

2. Lee el texto bíblico

Lectura del Profeta Baruc 5, 1-9

Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia, Gloria en la piedad». Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

2.1.. Lee algún comentario: (aquí se le propone este texto)

El libro de Baruc -el profeta secretario, confidente y amigo de Jeremías- fue escrito por los años 200 y 100 a.C.; por tanto, de lo último que se escribió del AT. El autor del libro se sirve del pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia el futuro.

En este fragmento, concretamente, se quiere alentar a los desterrados, para que acepten su situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento, otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y, en parte, Isaías.

Una transformación lenta se irá produciendo en el pueblo y en sus estamentos institucionales. Y sus hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé, volverán a Jerusalén, como «pobres que buscan al Señor». Todo esto se refiere a un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de realizar.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 125,1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6)

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar;
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iban llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas.

«Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares».

La vida es como marea que sube y baja, y yo he visto muchas mareas altas y mareas bajas en ritmo incesante a lo largo de muchos años y cambios y experiencias. Sé que la esterilidad del desierto puede trocarse de la noche a la mañana en fertilidad cuando se desbordan «los torrentes del Negueb». Torrentes secos del sur, a los que una súbita lluvia primaveral llenaba de agua, cubriendo de verde sus riberas en sonrisa espontánea de campos agradecidos. Ese es el poder de la mano de Dios cuando toca una tierra seca… o una vida humana. Toca mi vida, Señor, suelta las corrientes de la gracia, haz que suba la marea y florezca de nuevo mi vida. Y, entretanto, dame fe y paciencia para aguardar tu venida, con la certeza de que llegará el día y los alegres torrentes volverán a llenarse de agua en la tierra del Negueb. Es ley de vida: «Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares». Ahora me toca trabajar y penar con la esperanza de que un día cambiará la suerte y volveré a sonreír y a cantar. En esta vida no hay éxito sin trabajo duro, no hay avance sin esfuerzo penoso. Para ir adelante en la vida, en el trabajo, en el espíritu, tengo que esforzarme, buscar recursos, hacer todo lo que honradamente pueda. La tarea del sembrador es lenta y trabajosa, pero se hace posible y hasta alegre con la promesa de la cosecha que viene. Para cosechar hay que sembrar, y para poder cantar hay que llorar. ¿No es mi vida entera un campo que hay que sembrar con lágrimas? No quiero dramatizar mi existencia, pero hay lágrimas de sobra en mi vida para justificar ese pensamiento. Vivir es trabajo duro, y sembrar eternidad es labor de héroes. Sueño con que la certeza de la cosecha traiga ya la sonrisa a mi rostro cansado; y pido permiso para tomar prestado un canto de la fiesta del cielo para irlo ensayando con alegría anticipada mientras siembro aquí abajo. «Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas».

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (1, 4-6. 8-11)

Hermanos: Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.

Repetidamente Pablo hace alusión a la oración que eleva personalmente por los fieles y, en concreto, a la memoria que hace de ellos en la «acción de gracias» (Rom 1, 9s; Ef 1, 16; 1 Tes 1, 2). Veladamente Pablo se refiere a la ayuda económica que ha recibido de los filipenses (cf. 4, 14-16 y 18). De esta manera se han convertido en colaboradores de Pablo en la obra de la evangelización, y esto es una «buena empresa». Con todo, Pablo no da gracias a los filipenses, sino a Dios, que los ha llamado para realizar esta empresa y del que espera que la lleve adelante hasta la venida de Jesús, el Señor.

En esta misma perspectiva de la venida del Señor, Pablo pide que la comunidad de amor siga creciendo más y más. Pide que Dios conceda a los filipenses penetración y sensibilidad para apreciar los valores, esto es, un conocimiento profundo y práctico que les ayude a resolver fraternalmente los problemas cotidianos, y les preserve de toda contaminación de costumbres paganas. Renovados por el espíritu evangélico, impregnados de esta sensibilidad cristiana, serán como un árbol capaz de dar frutos de justicia. Llegarán así limpios e irreprochables al día de Cristo. Y todo será, en definitiva, manifestación de la obra que Dios realiza en ellos por Jesucristo. Consiguientemente, todo será para alabanza de Dios.

Lectura del santo Evangelio según san (Lucas 3, 1-6 )

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, Hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios».

Se abre con un solemne período literario, estilísticamente bien elaborado. Este período indica con suficiente claridad que el movimiento narrativo empieza algo nuevo, y el lector así lo percibe. Los datos mencionados relacionan la llamada y la actuación de Juan con la historia contemporánea, tanto de Roma como de Israel. No se puede interpretar como una datación exacta de la aparición de Juan. Lo que pretende es, más bien, ofrecer un marco ambiental, histórica y literariamente solemne, y resaltar así la importancia del momento. El período literario formado por los dos primeros versículos culmina con la llamada de Juan, formulada en el más puro estilo de los viejos libros proféticos del Antiguo Testamento.

Lucas presenta la llamada de Juan según el modelo de los profetas del Antiguo Testamento. Más adelante escribirá lo siguiente: la ley y los profetas hasta Juan (Lc. 16,16). Juan es para Lucas el último profeta, que marca la transición a un tiempo nuevo, el de Jesús.

El pleno de la tradición evangélica, es decir, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, coinciden en explicar la actuación de Juan a la luz del capítulo 40 de Isaías. Pero mientras Mateo, Marcos y Juan sólo citan el versículo 3 de ese capítulo, Lucas es el único evangelista que prolonga la cita hasta incluir el v. 5, que habla de la oferta de la salvación para todos: todos verán la salvación de Dios.

La actuación de Juan se localiza en la depresión geográfica del río Jordán en su desembocadura en el mar Muerto. En la traducción litúrgica a esa actuación se la califica de predicación. El texto original habla más bien de proclamación, es decir, de publicación solemne de una noticia que debe ser conocida. La proclamación equivale al pregón, es decir, a algo que se hace saber de parte de un superior. Por su misma naturaleza, la proclamación debe tender a la brevedad, si quiere ser efectiva. La proclamación de Juan tiene todas estas características. Su formulación se encuentra en el v. 3: bautismo de conversión para el perdón de los pecados. El sentido de la apretada expresión bautismo de conversión lo ilumina el siguiente texto del historiador judío del s. I de nuestra era –Flavio Josefo: «Herodes había hecho asesinar a este hombre bueno (Juan), que exhortaba a los judíos a llevar una vida honrada, tratándose con justicia unos con otros, sometiéndose religiosamente a Dios y participando en un bautismo. De hecho, el propio Juan estaba convencido de que esa ablución no sería aceptable como perdón de los pecados, sino que se quedaría en una mera purificación temporal, si antes no se limpiaba el espíritu mediante una conducta honrada» (Antigüedades judías).

Hay en el texto de hoy una dinámica que no se debería dejar pasar por alto: convertirse para que la salvación ofrecida por Dios pueda llegar a todos. La conversión obedece, pues, a una doble exigencia: la que dimana del propio individuo pecador, y la que dimana del otro, que sin mi conversión se va a quedar sin saber que Dios tiene una oferta de Salvación para él. Sería triste y trágico que, en un momento en el que cada vez hay menos salvaciones, dejara de percibirse la única que es realmente acreedora al nombre de salvación: la que proviene de Dios.

3. Meditación

El comienzo de la época cristiana está marcado con el reaparecer de la profecía. Para Lucas, en Hechos, también el acontecimiento Iglesia comenzará con el don del Espíritu que nos hace profetas a todos los cristianos, hombres de la Palabra, capacitándonos, como al Bautista, para escuchar las urgencias de nuestro tiempo y proclamar la Palabra de salvación que enderece nuestros senderos humanos. ¿Qué quiere decir, para nosotros, ser profetas? Ante todo y fundamentalmente significa recibir un anuncio de esperanza de parte de Dios. “Todo valle será rellenado y todo monte abajado» y Dios es el sujeto de estas acciones. Él será quien rebajará los montes y rellenará los valles de nuestra soberbia, de la injusticia social, de la incredulidad de nuestro corazón y allanará para cada uno de nosotros el camino de la conversión antes de que nos mande recorrerlo. Ciertamente que no nos faltarán cansancios cuando colaboremos responsablemente en enderezar los caminos. Pero si es Dios quien interviene, quiere decir que ninguna de nuestras situaciones, por duras que sean, carecen de esperanza; precisamente nuestro compromiso «profético» está para que se pueda realizar nuestra esperanza. Además al profeta nunca le falta el desierto. Decir desierto significa silencio, búsqueda de la esencialidad, lucha contra la propia soberbia y contra los múltiples enemigos del alma, escucha atenta de la Palabra, distancia crítica de las «modas» y juicios demasiado precipitados. Quizás no resulte fácil pensar que ante una multitud bulliciosa sea más probable encontrar a alguno que escuche, pero el Bautista no parece que pensaba así. Juan nos enseña a amar el desierto, aunque conlleve no pocas situaciones de pobreza, indiferencia, injusticia, en las que se nos invita a hacer resonar la Palabra del consuelo y la fraternidad.

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