III domingo de adviento
EL DOMINGO DEL «ALEGRAOS»
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer?»
Invocación al Espíritu
Espíritu del Señor,
ven sobre nosotros,
transforma nuestro corazón
y toma posesión de él.
Quema nuestros miedos,
vence nuestras resistencias,
danos capacidad de ser justos
con nosotros mismos y con los demás,
para reconocer y aceptar en todo
las exigencias de la verdad.
Haz que no quedemos
prisioneros de la nostalgia
o de la añoranza del pasado,
sino que sepamos abrirnos,
con serena fortaleza,
a las sorpresas de Dios.
Danos la fidelidad
al humilde presente
en el que nos has colocado,
para redimir contigo y en ti
nuestro hoy
y hacer de él el hoy del Eterno.
Haznos vigilantes, confiados y prudentes
en llevar adelante el mañana
de la promesa
en la dificultad de las obras
y en la paciencia de los días
de nuestra vida.
Santificador del tiempo,
ayúdanos a hacer
de nuestro camino
el lugar del Adviento,
en el que se asome ya desde ahora,
en los gestos del amor
y en el rendimiento de la fe,
el alba del Reino
prometido y esperado en la esperanza.
¡Amén! ¡Aleluya!
(Bruno Forte)
1. Introducción:
Desde la antífona de entrada hasta la poscomunión, toda la liturgia de este domingo es una invitación a la alegría y a la fiesta. Este año se lee, además, el texto paulino que contribuyó a dar colorido propio al domingo gaudete. ¿A qué obedece esta euforia dentro del Adviento? Indudablemente la reforma litúrgica ha querido conservar el tradicional tono de alegría de un domingo que señala la mitad del Adviento, de modo semejante a como el domingo «laetare» señala la mitad de la Cuaresma. Sin embargo, las motivaciones son más profundas: el Señor está cerca. La venida del Señor se aproxima inexorablemente. La liturgia de este domingo juega con los dos significados fundamentales del Adviento: expectación de la última manifestación de Cristo al final de la historia y preparación para la Navidad. De ambas venidas del Señor la liturgia nos dice: El Señor está cerca. Mientras nos aproximamos a las celebraciones navideñas resuena la invitación a mantenernos expectantes y activos sí, pero también alegres.
2. Lectura del Profeta Sofonías 3,14-18a.
Regocíjate, hija de Sión,
grita de júbilo, Israel,
alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén.El Señor ha cancelado tu condena,
ha expulsado a tus enemigos.El Señor será el rey de Israel,
en medio de ti, y ya no temerás.Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión,
no desfallezcan tus manos.El Señor tu Dios, en medio de ti,
es un guerrero que salva.El se goza y se complace en ti,
te ama y se alegra con júbilo
como en día de fiesta.
La presente lectura recoge casi totalmente la última parte del libro de Sofonías. Anticipando la salvación futura, el profeta entona un himno para celebrarla. El Señor reunirá a todos los elegidos en un mismo pueblo, y ya no habrá más divisiones en Israel (cf. Jr 3, 18).
El Señor barrerá de Jerusalén a todos sus enemigos y librará a la ciudad del acoso de los conquistadores. No habrá nada que temer, pues el perdón de Dios extirpará de raíz todos los males y cancelará todas las condenas que pesaban sobre su pueblo. Y en medio de una ciudad purificada, el Señor será el rey. Eliminado el miedo que paraliza la vida, no habrá lugar para el desaliento y sí para festejar la alegría de vivir. La fuerza de la ciudad será el Señor, plantado en medio de ella como un guerrero poderoso que la salva y la protege. El amor del Señor hará maravillas en su pueblo, tanto que él mismo saltará de júbilo y se complacerá en su propia obra. El «Señor será como un esposo que se alegra con su esposa, Jerusalén (cf. is. 62, 5; Jr 2, 2; Os 2. 21-25).
SALMO: Isaías 12
Gritad jubilosos: «¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!»
El Señor es mi Dios y salvador: /confiaré y no temeré,/ porque mi fuerza y mi poder es el Señor, /él fue mi salvación. /Y sacaréis aguas con gozo/ de las fuentes de la salvación.
Gritad jubilosos: «¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!»
Dad gracias al Señor, /invocad su nombre, /contad a los pueblos sus hazañas, /proclamad que su nombre es excelso.
Gritad jubilosos: «¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!»
Tañed para el Señor, que hizo proezas, /anunciadlas a toda la tierra; /gritad jubilosos, habitantes de Sión: /«Qué grande es en medio de ti /el Santo de Israel».
Gritad jubilosos: «¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!»
La salvación, una fuente inagotable.
El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por Jesús,
El testimonio, respuesta de la comunidad.
La comunidad posexílica puede proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus hazañas, proclamar la grandeza del «Santo de Israel», dar gracias a Dios salvador.
Es la misma misión confiada a la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la Iglesia.
La finalidad del testimonio es llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia. Ser testigos de Jesús es gritar la grandeza del Santo de Israel.
Dios Padre Santo, nuestros padres nos han hablado de tu grandeza para con ellos: nos enseñaron a darte gracias, a invocar tu nombre, a contar a los pueblos tus hazañas; concédenos ser un vivo testimonio del Resucitado, para que todos los pueblos griten jubilosos que sólo Tú eres grande por los siglos de los siglos.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 4,4-7.
Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz dé Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
El evangelio es «Buena noticia»; por tanto, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos (Hch 2, 46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5, 41; Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22). Sin embargo, no siempre escuchamos el evangelio como la mejor noticia y, en especial, muchas veces nos parece el anuncio de la venida del Señor una amenaza y un motivo para tener miedo. Pablo no pensó así; antes, al contrario, exhorta repetidamente a la alegría porque el Señor está cerca. Ya en el versículo primero del c. 3 de esta misma carta, Pablo inicia su exhortación diciendo: «Por lo demás, hermanos, alegraos en el Señor». Pero esta exhortación queda momentáneamente interrumpida. Por eso ahora, al tomar nuevamente el hilo de su discurso sobre la alegría, dice: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegre». La esperanza en la venida del Señor ha de levantar el ánimo de los cristianos y mantener siempre su serenidad y su buen ánimo.
Conscientes de que todo pasa y nada puede detener la venida del Señor, nada debe quitarnos la alegría de vivir y preocuparnos demasiado. La petición es la oración del pobre y del caminante, del hombre que no tiene nada y busca lo que le falta, del hombre que busca nada menos que la infinita riqueza del reino de Dios. Por eso los creyentes deben confiar sus cuidados a Dios. Pero deben enmarcar sus peticiones dentro de un contexto de acción de gracias, sabiendo que son amados por Dios y que en cierto sentido han recibido más de lo que esperan. Hay una paz que el mundo no puede dar, una paz que viene de Dios para los hombres. Esta es la paz que experimentan los cristianos cuando saben conjugar en su vida el cuidado responsable del caminante y la petición confiada de lo que todavía falta, con la seguridad agradecida de haber recibido por la fe la sustancia de lo que aún esperan. Esta es la paz que guardan nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que no perdamos el gozo íntimo en medio de circunstancias adversas. Cristo Jesús, que habita por la fe en nuestros corazones, es la misma «paz de Dios» en persona.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3,10-18.
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces, qué hacemos? El contestó: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo. Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros? El les contestó: No exijáis más de lo establecido. Unos militares le preguntaron: ¿Qué hacemos nosotros? El les contestó: No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga. El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Lucas interrumpe la serie de palabras de Juan el Bautista según la fuente común de Mt y Lc e introduce una sección (vv. 10-14), de su fuente propia del tercer evangelio. Estos cinco versículos contrastan, por su humanismo y moderación, con la severidad de los que les preceden y les siguen. La pregunta de la gente: «¿Qué hacemos?» es la clásica de los que han iniciado el proceso de conversión y desean sinceramente salvarse. El propio Lucas la pone en boca de los habitantes de Jerusalén después del discurso de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2,37). Es también la pregunta del «joven rico» (Mt 19,16; Mc 10,16; Lc 18,18). El Bautista no remite a la Ley, ni a ritos sacrificiales, sino al terreno de las relaciones cotidianas con el prójimo. No sólo se diferencia de los fariseos, que presentaban como camino de salvación la práctica de complicadas observancias, sino también de la secta de Qumran, que se alejaba del pueblo y tenía a todos por condenados a excepción de ellos, y practicaba un rigorismo moral. Juan «no predica al pueblo la pobreza, sino el compartir». No les pide nada heroico ni extraordinario, sino un mínimo de solidaridad con el prójimo y de fidelidad a los deberes de estado o de profesión. Todo lo que les dice que deben hacer, podemos suponer que la mayoría no lo hacían. De este modo, podemos suponer que entre los que desde lejos habían acudido al desierto de Judá a escuchar al Bautista y a ser bautizados por él, habría bastante gente acomodada, que venían bien abrigados por el frío de la noche y bien provistos de alimentos. La moral del Bautista debería empezarse a cumplir allí mismo, entre los que le escuchan, antes de entrar en las aguas del Jordán para pedir el perdón y la salvación.
La predicación de Juan no es evasiva, sino muy concreta; antes de señalar con el dedo al Mesías ha señalado inequívocamente a los egoístas, que por otra parte no estarían en condiciones de reconocer al Mesías. No exige nada heroico, pero a todos toca allí donde les duele. Vienen unos publicanos (que no eran simples recaudadores de impuestos, sino colaboradores de una «multinacional» que saqueaba el Imperio romano con el pretexto de cobrar impuestos) y no los rechaza, como sin duda habrían hecho los fariseos, ni les dice que deben abandonar su profesión (cf. la cuestión de la licitud del tributo, Mc 12,44 y pp.) sino sólo que no cobren más de lo mandado (¡señal de que cobraban más!).
Vienen unos militares, probablemente de las tropas de Herodes Antipas, en las que se mezclaban judíos con paganos, y que, por el sólo hecho de su profesión, eran considerados «pecadores» por los fariseos. El Bautista les dice que no abusen de su fuerza, que les ha sido dada al servicio del pueblo, para oprimirlo con extorsiones y amenazas.
Los vv. 15-18 vuelven a ser de la doble tradición Mt-Lc, con elementos propios de Lucas que recuerdan también la insistencia de Jn al hacer hincapié en la subordinación del Bautista a Jesús.
Preparemos los cantos de la misa:
Canto de entrada: Nuevo Adviento (Alcalde)
Presentación de Ofrendas: Maranatha (L. Deiss)
Comunión: El Señor vendrá (Pedro Martins ). Ven Señor Jesús (Pedro Martins). Tiempo de Esperanza (E. Mateu)
Salida: La virgen sueña caminos: (E. Erdozain)
Excelente la interpretación de los textos que nos ayudan en nuesta práctica de evangelizar cada dia.