Solemnidad de santa María madre de Dios – Octava de Navidad
El Año nuevo nos evoca el paso del tiempo, al que estamos sometidos y que nos arrastra irremediablemente; es un año de gracia, nos recuerda el misterio de la encarnación y la historicidad de nuestra fe. Que el año nuevo se celebre en el interior de las fiestas de Navidad es para los cristianos una invitación a vivir a lo largo de todo este lapso de 365 días que hoy comienza en compañía del Señor Jesús, en quien se nos manifiesta la benignidad de Dios.
1. Lectura del libro de los Números 6,22-27.
El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.
Composición del relato: Se compone de tres partes: una introducción (vs. 22-23), un poema litúrgico que es una fórmula de bendición (vs. 24-26) y una conclusión (v. 27). En las tres partes una raíz verbal común: «bendecir» (vs. 23. 24. 27), y en las tres oraciones del poema (paralelas por su contenido y forma) un mismo sujeto: el Señor (vs. 24-26). Esta triple invocación del nombre del Señor hace eficaz la bendición de los sacerdotes aaronitas (v. 23). En realidad es Dios el que bendice a través de sus mediadores (v. 27).
Comentario: Una de las tendencias dominantes de la primera parte del libro de los Números es poner en claro el papel o función de los sacerdotes. Es cierto que patriarcas, reyes y levitas pueden bendecir, pero aquí esta función está reservada en exclusiva a los sacerdotes (cfr. Sir. 50, 22 ss). La bendición hace presente a Dios en medio del pueblo (v. 27). Toda bendición humana continúa la bendición de Dios a los seres creados y a los patriarcas. Pronunciada, siempre produce su efecto sin poderse revocar. La fórmula de bendición posee un estilo antiguo y conciso. Se implora la bendición divina para que el Señor: 1) Conceda abundantes cosechas, ganados, éxitos en las empresas… (v. 24; Dt. 28, 2-14). Termino equivalente a bendecir, aunque en forma negativa, es «proteger». 2) «Ilumine su rostro sobre ti»: en Prov. 16, 14 ss., esta expresión se opone a la ira del rey. Indica, por tanto, mostrar su favor, conceder el bien y la vida (cfr. Sal 31, 17; 80, 4.8.20). 3) Te concede la paz. La paz es un término muy rico en hebreo, sin traducción posible en nuestras lenguas. Indica la idea de perfección o de totalidad: bienestar, prosperidad material y espiritual tanto a nivel individual como colectivo… La paz aquí no se opone a la guerra solamente, sino a todo lo que puede perjudicar el bienestar humano y las buenas relaciones de los hombres entre sí y con Dios.
2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
R/. El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que lo teman
hasta los confines del orbe.
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El Señor tenga piedad y nos bendiga (v. 1). Que Dios nos bendiga (v. 8). La lectura «cristiana» de estos versículos, es decir, su alcance y comprensión a la luz de la plenitud de la Revelación, los convierten en hondos y luminosos. La bendición de Dios se consuma en su Hijo Jesucristo, por medio del cual nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales. Aprovechemos este silencio contemplativo de nuestra oración para agradecer a Dios Padre estas bendiciones: en primer lugar, la bendición consistente en contemplarnos -antes, incluso, de la creación del mundo- como formando un solo cuerpo en la Persona de Cristo. Un cuerpo que llegará «al estado de varón perfecto, a la medida de la edad perfecta de Cristo». ¡Qué sublime predestinación!; después, la bendición consistente en realizar esta predestinación de una manera admirable: haciéndonos hijos suyos. ¡Qué excelsa dignidad! Por medio de Cristo -de su Pasión y de su Muerte- podemos contemplar de nuevo el rostro del Padre, sereno y bondadoso. Viene, pues, a propósito la conclusión de nuestra meditación con esta antiquísima colecta sálmica: «Conociendo la tierra tus caminos, Padre santo, y todos los pueblos tu salvación, confesamos que Cristo es nuestro sendero y nuestra patria; por Él caminamos derechamente y llegamos a la más plena victoria; danos, pues, como regalo a aquél que hiciste para nosotros salvación. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.»
Ilumine su rostro sobre nosotros. Agustín desarrolla su plegaria «cristiana» con estas palabras: «Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros … Aparezca tu Rostro, y si por mi culpa, estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado.»
La tierra ha dado su fruto: Son varios los Padres que, en el comentario a este versículo, nos ofrecen una interpretación concorde. ¡La Tierra! La Virgen María, es de nuestra tierra, de nuestra raza, de esta arcilla, de este lodo, de la descendencia de Adán. La tierra ha dado su fruto; el fruto perdido en el Paraíso y ahora reencontrado. La tierra ha dado su fruto. Primeramente ha dado la flor: «Yo soy el narciso de Sarón y el lirio de los valles» (Cant 2: 1). Y esta flor se ha convertido en fruto: fruto porque lo comemos, fruto porque comemos su misma Carne. Fruto virgen nacido de una Virgen, Señor nacido del esclavo, Dios nacido del hombre, Hijo nacido de una Mujer, Fruto nacido de la tierra.» «Nuestro Creador, encarnado en favor nuestro, se ha hecho, también por nosotros, fruto de la tierra; pero es un fruto sublime, porque este Hombre, nacido sobre la tierra, reina en los cielos por encima de los Ángeles.»
3. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4,4-7.
Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
La celebración de Santa María, Madre de Dios, invita a leer el texto más antiguo del NT entre los que se refieren a María y, concretamente a su maternidad. «Cuando se cumplió el tiempo…». Dios es el Señor del tiempo y de la historia, y ha llevado la historia humana a su meta con Cristo. El mismo Dios culmina la obra de la creación del hombre. «Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley»: El Hijo ha sido enviado a la humanidad, hecho hombre entre los hombres. Se ha presentado por la encarnación en plan de igualdad con aquellos a quienes viene a salvar. El nacimiento de María y su sumisión a la Ley, como subraya el evangelio de Lucas con el hecho de la circuncisión, son señales de la verdadera humanidad de Cristo y de hasta qué punto ha llegado el don de Dios al mundo. Con este don de Cristo, la humanidad ha logrado su mayoría de edad: la liberación de la tutoría de la Ley y el asumir la condición de hijos. -«Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo…». Esta mayoría de edad del hombre en Cristo no es una utopía, sino una realidad ya palpable por la presencia del Espíritu en los creyentes. Por el Espíritu el discípulo de Cristo tiene conciencia de que es hijo y vive como tal. El grito «¡Abba! Padre» manifiesta la experiencia de confianza que ha recibido del Hijo. Con él hemos pasado de la esclavitud, de no ser nada, a ser herederos de las riquezas que vienen del amor de Dios.
4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2,16-21.
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
¿Quiénes son estos pastores a los que el ángel del Señor ha dirigido su mensaje? Siguiendo una tradición antigua se les identifica con los pobres de la tierra, los que viven alejados de los pueblos y no pueden cumplir reglamentos de la ley ceremonial de los judíos. Todas estas notas parecen ser auténticas. Sin embargo, no podemos olvidar que nos hallamos en Belén, ciudad del rey David, que fue pastor, llamado por Dios de entre el rebaño; tampoco olvidemos a Abraham y los patriarcas, que, siendo pastores, escucharon la llamada de Dios y recibieron su visita. En otros pueblos del oriente antiguo se han contado historias más o menos semejantes. Por todo eso pensamos que los pastores del relato no son simplemente los pobres y alejados, sino también aquéllos que están prontos a escuchar la voz de Dios y a fundar su nuevo pueblo entre los hombres. Sea cual fuere su sentido definitivo, lo cierto es que los pastores aceptan la palabra del ángel, se dirigen a observar el signo y encuentran al niño acostado en el pesebre. Hasta aquí todo parece más o menos lógico. Lo verdaderamente extraño es que el signo les convenza, que hagan suyo el evangelio -creyendo que ha nacido el Salvador- y alaban a Dios por todo ello.
Nosotros, lo mismo que los pastores, nos movemos aquí en el plano del contrasentido fundamental del cristianismo: vemos por un lado a un niño, envuelto en los pañales, indefenso, sencillamente un hombre; o vemos si se quiere a un pretendido profeta del Señor que muere ajusticiado. Tal ha sido el signo, el de Belén o el del Calvario. Pues bien, sobre ese signo se descorre la palabra de la epifanía radical de Dios que anuncia: Os ha nacido el salvador, el Mesías de la esperanza de Israel, el Señor de todo el cosmos. Ante esa paradoja, los pastores han respondido como creyentes; en ellos, que eran quizá los más pequeños de la tierra, ha comenzado a brillar como en Abraham, la nueva luz de la verdad de Dios para los hombres. Ante esa paradoja se nos pide también a nosotros el valor de una respuesta. Como detalle debemos añadir que en realidad no existe adoración de los pastores. Su gesto se refleja en estos rasgos: a) encuentran al niño y le aceptan como signo de Dios ; b) confían en la palabra del ángel, creyendo en su evangelio; c) glorifican a Dios. La historia ha comenzado en Dios, que les ha puesto en camino hacia el niño del pesebre; desde el niño, aceptando el evangelio, todo vuelve a conducirles hacia Dios, a quien alaban por su obra salvadora.
Ante el relato de los pastores, el texto de Lucas nos ofrece dos respuestas. Están a un lado los curiosos, que se admiran por lo extraño del suceso. Está en el otro la figura de María, que conserva todas estas cosas, las medita en su interior y reconoce la presencia de Dios en el enigma de su hijo envuelto entre pañales, recostado en un pesebre. También nosotros nos hemos situado ante el relato: ¿Como los pastores y María? ¿Simplemente como curiosos?