Domingo Vigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario Ciclo A
Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, (Perdonar: Del latín per y donāre, dar. per., que significa «con insistencia, muchas veces» y donare, que significa «donar, dar».Perdonar es, entonces, dar gratuita y abundantemente) será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.
1. Oración inicial
Dios, Padre nuestro: haz que descubramos la importancia que tiene para nuestras vidas el sabernos y sentirnos perdonados por Ti, de manera que también perdonemos de corazón a quienes nos han ofendido. Por Jesucristo nuestro Señor.
2. Lectura del libro del Eclesiástico 27,33-28,9.
El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin y cesa en tu enojo, en la muerte y corrupción y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo, la alianza del Señor, y perdona el error.
El pasaje de hoy habla en primer término de la honestidad y de la honradez en el pensamiento y en la conducta con relación a los demás. El sabio detesta sobre todo al hipócrita, al que «delante de ti» se comporta de manera complaciente, «pero después cambia de lenguaje y procura atraparte en tus palabras». También el Señor lo detesta (vv 23-24). Ni de la hipocresía ni de cualquier otra trampa que se pueda poner para hacer caer a otro cabe esperar nada bueno. El mal que cada uno hace «se vuelve contra él». En el mismo mal hay una especie de venganza contra quien lo comete. En realidad, «el furor y la cólera que se apoderan del pecador» (v 30) terminan por convertirse en manifestaciones de la venganza del mal por la inquietud y falta de paz interior que llevan consigo.
La otra parte del texto (28,1-7) se refiere a las relaciones con el prójimo en situaciones conflictivas. Notemos la limpieza y coherencia del razonamiento. El que se venga y no perdona ¿qué puede esperar sino venganza? Hay pruebas evidentes que muestran, por una parte, que carecen de sentido la venganza, la ira, la inmisericordia, el resentimiento y el rencor, y por otra, que lo razonable es perdonar. En la mente del sabio no cabe la venganza, sino sólo el perdón. En efecto, ¿qué sentido podría tener la sed de venganza en un hombre pecador que no sabe librarse de sus pecados? Pero… ¡le han ofendido! ¡Huid todos! La ironía se convierte una vez más en maestra que hace volver a la realidad. Quien se siente ofendido por otro, antes de dejarse llevar por la ira deberá mirarse a sí mismo. Si lo hace, no podrá evitar una cierta sonrisa irónica: «El, que es sólo carne, conserva la ira» (v 5). ¡Pobre hombre, pequeñez abocada a la muerte y al polvo! Subrayemos la coherencia existente entre la realidad humana tal como la percibimos, si no preferimos escamotearla, y lo que la sabiduría aconseja hacer al hombre. El destino del hombre y los mandamientos de la alianza del Altísimo nos recuerdan de consuno que todos somos iguales, especialmente en el desconocimiento del futuro y en la incapacidad de desembarazarnos del lastre de nuestros pecados.
3. Salmo responsorial Sal 102,1-2. 3-4. 9-10. 11-12
Hoy canto tu misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto mi alma como mi cuerpo conocen bien. Tú has perdonado mis culpas y has curado mis enfermedades. Tú has vencido al mal en mí, mal que se mostraba como rebelión en mi alma y corrupción en mi cuerpo. Las dos cosas van juntas. Mi ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en mí, cuerpo y alma, reacciona, ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo físico y moral a lo largo del camino de mis días. Sobre todo ese ser mío se ha extendido ahora tu mano que cura, Señor, con gesto de perdón y de gracia que restaura mi vida y revitaliza mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu bendición en el fondo de mi ser. Gracias, Señor, por tu infinita bondad.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
No está siempre acusando,
ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
4. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 14,7-9.
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos.
El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que están íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.
5. Lectura del santo Evangelio según San Mateo 18,21-35.
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: -Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: -No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y les propuso esta parábola: Se parece el Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: -Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo lo estrangulaba diciendo: -Págame lo que me debes. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: -Ten paciencia conmigo y te lo pagaré. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: -¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
El judaísmo ya conocía el deber del perdón de las ofensas pero todavía se trataba de una conquista reciente que no conseguía imponerse más que por la composición de tarifas precisas. Las escuelas rabinas exigían que sus discípulos perdonasen tantas o tantas veces a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, etc…, y estas tarifas variaban según la escuela. Así se comprende que Pedro preguntase a Jesús cual era su tarifa, preocupado por saber si era tan severa como la de la escuela que exigía perdonar siete veces a su hermano.
Jesús contesta a Pedro con una parábola que libra al perdón de toda tarifa para hacer de él el signo del perdón recibido de Dios. Es la característica del perdón cristiano: se perdona como se ha sido perdonado, uno se apiada de su compañero porque se han apiadado de él (vv. 17 y 33; Os 6. 6; Mt 9. 13; 12. 7).
El perdón ya no es únicamente un deber moral con tarifa, como en el judaísmo, sino el eco de la conciencia de haber sido perdonado. Así llega a ser una especie de virtud teologal que prolonga para el provecho del otro el perdón dado por Dios (Col 3. 13; Mt 6. 14-15; 2 Co 5. 18-20).
La Eucaristía dominical tiene una evidente dimensión penitencial: en ella proclama y ejerce la Iglesia el perdón de Dios, puesto que no es otra cosa que la asamblea de los pecadores pendientes de la iniciativa misericordiosa de Dios. Pero la fraternidad de los cristianos eucaristizados y perdonados no es real y significante para el mundo sino en la medida en que colaboran efectivamente en las empresas humanas del perdón, de manera especial en la edificación de la paz.
A la ofensa ilimitada se le debe oponer el perdón ilimitado.
v.21: Pedro pregunta y se adelanta a dar la respuesta a Jesús: ¿Hasta siete? Es bastante calculador tanto en la pregunta como en la respuesta. Casi tímidamente Pedro ofrece un número generoso a Jesús y cual será la sorpresa de Pedro frente a la respuesta de Jesús, que es muchísimo más generosa y amplia.
v.22: Jesús acaba con el esquema condicionado de Pedro y le plantea descubrir nuevos horizontes en el plano del perdón: “Hasta setenta veces siete”, es como si el perdón fuera el oxígeno que respiramos en nuestra atmósfera diaria, debe haber suficiente oxígeno para irrigar nuestros pulmones, e igual cantidad de perdón para vitalizar y tonificar nuestra vida.
Perdonar al estilo del padre y de jesús (v.23-27)
v.23: La comparación que emplea Jesús para profundizar en la importancia del perdón es realmente bella. Rey y funcionarios, en tónica de arreglar cuentas.
v.24-25: Presenta el caso particular de uno que debe mucho y no tiene con qué pagar. La incapacidad para pagar hace que el rey ordene que lo vendan como esclavo a él, a su esposa, a sus hijos y todo lo que tenía.
v.26-27: La súplica del funcionario: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo” y la intención de pagar lo que debe, hace que el rey le perdone la deuda y lo ponga en libertad.
La compasión nos lleva a abrir nuestro corazón a las miserias, y necesidades de los hermanos, para darnos a ellos con amor. La compasión de Dios redime a todo grupo humano. Es interesante que se enfaticen los componentes de la familia: él, la esposa y los hijos. Nos habla también de una responsabilidad conjunta, todos tenemos que ver en la suerte de los hermanos.
No perdonar al estilo del padre y de jesús tiene sus consecuencias (v.28-35)
En los versículos siguientes, Jesús nos dice lo que no debemos hacer con el hermano necesitado de perdón, amor y misericordia. Y nos muestra los contrastes a la hora de recibir y dar perdón.
v.28: Entramos en el plano de las desproporciones. Este siervo debía: “Muchos millones” y su compañero le debía una “pequeña cantidad”. La actitud agresiva contrasta con la actitud de escucha y comprensión que han tenido con él unos minutos antes, podríamos decir: ¡Qué mala memoria tiene!
v.29: En la súplica del compañero encontramos las mismas palabras que él acaba de pronunciar: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Cuando Dios es compasivo y bondadoso con nosotros, nosotros somos mezquinos con nuestros hermanos. Podríamos decir: “Si alguien tiene dudas de cómo tratar a su hermano consulte sus propios deseos”.
v.30: Hace con su compañero todo lo contrario de cuanto el amor misericordioso de Dios ha hecho con él.
v.31: Siempre hay quienes contemplan nuestra dureza y no se quedan indiferentes, frente a esta desproporción no se admite una posición neutra, debemos tomar posición y actuar en consecuencia. Le cuentan al Rey y éste lo manda llamar.
v.32-33: El rey confronta al siervo: ¡Malvado! Le reprocha no haber dado lo que él ha recibido con tanto amor y en abundancia. No perdonar al hermano es algo que al Padre le duele y nos excluimos de ser hijos por nuestra dureza. Con dolor en el corazón muchas veces el Padre nos tiene que decir a cada uno, como a este siervo: Si tú recibiste perdón a gran escala, ¿no debías ofrecerlo en pequeña escala?
v.34: El pecado de los pecados es no perdonar, Dios no es un Padre indiferente y bonachón que deja pasar todo. Él corrige y pide la enmienda de aquel que perdona; nosotros mismos le hemos dicho muchas veces: “Perdónanos como nosotros perdonamos”. El don está pero, si lo rechazamos, esto tiene sus consecuencias.
v.35: Todo esto nos invita a hacer proceso para que todos podamos perdonar de corazón al hermano; el corazón es la sede de los sentimientos y las emociones, y si hay un sentimiento que deba invadir de una manera desproporcionada nuestro corazón es el perdón, es un principio de salud personal, comunitario y familiar, porque nada desgasta y agota más que un sentimiento de odio y de deseo de venganza en nuestro corazón.
Jesús nos enseña que el bienestar del hermano es el nuestro, y que en la medida que recibimos debemos dar.
Todos los días reza, o debiera rezar, el cristiano el Padrenuestro. Es la oración dominical. En ella encontramos un apremiante perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Esta petición resume admirablemente el tema del presente domingo.
a) Dios es Padre. Padre misericordioso. Está al fondo de la figura del Rey y Señor. Siente lástima de nosotros, de nuestras deudas. Él nos remedia y nos redime, ya que nosotros somos incapaces de remediarnos: la deuda es impagable. Dios, al usar de misericordia, nos quiere semejantes a él, misericordiosos. Dios nos ha llamado a ello en Cristo, expresión sublime de su misericordia. Es, pues, una vocación y una exigencia. La Iglesia es y debe ser eso: expresión de la misericordia de Dios; una familia en la que bajo la paternidad de Dios todos seamos hermanos. Es la base. El salmo lo celebra.
b) El cristiano ha de saber perdonar. De todo corazón, por impulso interno; como Dios, que se alegra y goza al perdonar (parábolas de la Oveja Perdida y del Hijo Perdido), que siente lástima y a quien se le conmueven las entrañas. Y ha de perdonar siempre. La ofensa, que uno pueda recibir, es irrisoria respecto a la deuda con Dios. Quien no esté dispuesto a perdonar es sencillamente malo. Quien no sienta en sí el impulso de perdonar está enfermo: pídalo. No se trata aquí de justicia o injusticia, aunque también cometa una injusticia con Dios. Se trata de algo más fundamental: de ser o no ser como Dios; es decir, de ser hombre según la disposición de Dios. Dios quiere que su misericordia se alargue, a través de nosotros, a los demás. Es una gran dignidad la nuestra. Quien se resista a transmitirla la pierde, es objeto de condena. Quien no sabe perdonar no será perdonado. Él mismo se separa del alcance de la misericordia de Dios, cae en el juicio. No pierda el tiempo en pedir perdón, perdone primero. Lo enseña claramente la parábola; también el Sirácida.
c) Perdonar significa tolerar, soportar, aguantar, sobrellevar… las debilidades del hermano (que detesta las faltas). De la corrección fraterna ya se habló el domingo pasado: hay que corregir. Hay que tener tanta consideración con los hermanos, como Dios la tiene con nosotros, que perdona de todo corazón. Este punto tiene una amplia aplicación: ¿cómo nos toleramos unos a otros? ¿nos aguantamos cordialmente? ¿somos comprensivos, amables, respetuosos, considerados, caritativos? Lo debemos todo al Señor; somos de él, le pertenecemos tanto en la vida como en la muerte (Segunda Lectura). No olvidemos esta nuestra vocación. Es la nueva civilización. Somos civilizados y civilizadores. No vivimos de nosotros ni para nosotros mismos. Vivimos en la gran familia cristiana, entre hermanos, para el Señor.
6. Oración final
Oh Dios, creador del ser humano, fundamento de la Existencia, del Amor y de la Gracia; acrecienta en nosotros la conciencia de tener nuestros fundamentos en tu Amor, para que habiendo optado radicalmente por el Bien y por el Amor, vivamos libres de toda culpabilidad malsana. Por Ti, que eres el Amor, la Reconciliación y la Gracia. Amén.