Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Ciclo A

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

La solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma es la fiesta de «la unidad y la catolicidad de la Iglesia».

1. Oración inicial:

Señor Jesús, Tú que elegiste a PEDRO, para ser cabeza visible de la Iglesia y que nos garantizaste que ella no sucumbiría ante el mal ni el hades, porque eres Tú el que la sostienes y animas, y así elegiste a Saulo, para ser PABLO para que llevara tu Evangelio San Pedro y San Pablo al mundo pagano y así te conocieran como el Señor y Salvador, como el que nos vivificas y transformas, como el que nos llenas de amor y paz, como Aquel que nos das vida y vida en abundancia, te pedimos que nos ayudes a valorar tu manera de ser y de actuar para darnos cuenta que Tú nos implicas y comprometes en tu misión para darte a conocer y así realizar tu proyecto de amor. Ayúdanos Señor, a tener la misma docilidad que tuvieron Pedro y Pablo para que hoy nosotros sigamos anunciándote y dándote a conocer viviendo con alegría nuestra fe, experimentando tu presencia viva junto a nosotros. Que así sea.

2. Texto y comentario

2.1. Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando de su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenla intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua, Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: -«Date prisa, levántate.» Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: -«Ponte el cinturón y las sandalias.» Obedeció, y el ángel le dijo: -«Échate el manto y sígueme.» Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y a¡ final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: -«Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.»

Pedro ha llenado con su palabra y con su acción los capítulos anteriores del libro de los Hechos. Ahora va a desaparecer casi por completo. Lo encontraremos sólo en el cap. 15, con motivo de la Asamblea de Jerusalén.

En esta especie de despedida, Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Salvación que recuerda, por una parte, la salida de Egipto, y por otra, la Pasión y Resurrección de Jesús. Todo sucede precisamente en los días de Pascua, y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor. Como en la primera Pascua, cuando el ángel puso fin a la opresión del pueblo e inició el éxodo hacia la libertad. Como en la Pascua por excelencia, cuando Jesús pasa de la muerte a la vida, del Mundo al Padre.

Como Jefe de la Iglesia, comunidad salvífica, Pedro revive en sí mismo la experiencia de salvación del pueblo escogido, figura del auténtico pueblo de Dios. Como continuador y representante de Cristo, recorre personalmente el mismo camino del Maestro. Persecución y salvación son los dos polos del camino de la Iglesia.

También nuestra existencia cristiana gira en torno a estos dos centros. Cristo, en su muerte y resurrección, nos ha salvado radicalmente del pecado y de la muerte: pero no ha abolido la presencia de estas realidades en nuestra experiencia cotidiana. La Eucaristía, al hacer presente la Salvación de Cristo, nos comunica una continua liberación personal, al mismo tiempo que crea y acrecienta la comunidad de salvación, que es la Iglesia.

2.2. Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9

R. El Señor me libró de todas mis ansias.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. R. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R.

Dejo que las palabras resuenen en mis oídos: «Gustad y ved qué bueno es el Señor». Gustad y ved. Es la invitación más seria y más íntima que he recibido en mi vida: invitación a gustar y ver la bondad del Señor. Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos, más allá de libros doctos y escrituras santas. Es invitación personal y directa, concreta y urgente. Habla de contacto, presencia, experiencia. No dice «leed y reflexionad», o «escuchad y entended», o «meditad y contemplad», sino «gustad y ved». Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de «gustar» la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad que es Dios mismo.

«Gustar» es palabra mística. Y desde ahora tengo derecho a usarla. Estoy llamado a gustar y ver. No hay ya timidez que me detenga ni falsa humildad que me haga dudar. Me siento agradecido y valiente, y quiero responder a la invitación de Dios con toda mi alma y alegría. Quiero abrirme al gozo íntimo de la presencia de Dios en mi alma. Quiero atesorar las entrevistas secretas de confianza y amor más allá de toda palabra y toda descripción. Quiero disfrutar sin medida la comunión del ser entre mi alma y su Creador. El sabe cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha creado. A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.

Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano cierra el camino a la sabiduría divina. He de aprender a quedarme callado, a ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi ignorancia. Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la nada de mi existencia con la totalidad de su ser. Para gustar la dulzura de la divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia pasada y todo prejuicio innato. El papel en blanco ante la nueva inspiración. El alma ante el Señor.

El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el cuerpo, y los del Espíritu en el alma: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. (Gal 5,22). Cosecha divina en corazones humanos. Esa es la cosecha que estamos invitados a recoger para gustar y asimilar sus frutos. La alegría brotará entonces en nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda.

«Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza siempre está en mi boca. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre».

2.3. Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Al llegar al final de su vida, Pablo, siente la satisfacción del deber cumplido. Mira el pasado y el presente con una confianza absoluta en Dios. Acaba de tener una amarga experiencia. Ha debido presentarse ante el Cesar y todos lo han abandonado, nadie se ha presentado como testigo en su defensa.

Pablo ve cercano su fin y hace un examen de conciencia antes de morir. Mira en primer lugar el estado de la iglesia y ante la situación en que se encuentra urge a Timoteo a que se entregue generosamente al cumplimiento del deber que le impone la vocación recibida. Se mira a sí mismo y hace el balance con imágenes tomadas del atletismo. He combatido un buen combate, he guardado la fe, me espera la corona.

Ante el martirio no se turba ni pierde la serenidad. Ve su obra personal truncada por la muerte, pero su fe no vacila. Puede mirar su pasado con tranquilidad. Fue buen administrador y servidor de los misterios de Dios. Está dispuesto a hacer el sacrificio total. Toda la vida de Pablo ha sido un sacrificio, ya no le queda sino la liberación, el derrame de su sangre.

En el juicio nadie se ha presentado para defenderle, pero Pablo no se acobarda ni se amarga. No ha podido defenderse pero ha aprovechado la ocasión para proclamar el evangelio. Los hombres le han dejado solo, pero Dios estaba a su lado. Se cumplía la palabra de Jesús: cuando os lleven a los tribunales no os preocupéis… (Mt 13,13). Pablo ha vivido en su carne lo que había recomendado a los demás: hay que tener los sentimientos de Cristo. Como Cristo, Pablo, perdona a los que lo han abandonado.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: -«Unos que Juan Bautista, otros que Ellas, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: -«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

Mateo no solamente muestra interés por el tema cristológico, que sin lugar a dudas es el central, sino también por la Iglesia. Nos habla de ello en términos explícitos y quiere llamar nuestra atención sobre su pertenencia a Cristo («mi Iglesia») y sobre su perenne estabilidad. La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Por tanto, una estabilidad atormentada, inquieta. El destino de la Iglesia es como el de Cristo: un camino en la contradicción. Y no se trata solamente de enemigos externos; dentro de la Iglesia habrá siempre pecadores; por eso la Iglesia tiene necesidad de «atar y desatar»; continúa el pecado; por eso debe continuar el perdón. Dentro del motivo cristológico y del motivo eclesial es como se han de entender las palabras dirigidas por Jesús a Pedro.

Son palabras afines a otros dos textos célebres: Lc 22. 31ss. y Jn 21. 15-17. Por lo demás, el evangelio entero de Mt muestra interés por Pedro. No importa aquí saber si se trata o no de una inserción redaccional del evangelista. El hecho es que estos versículos están aquí y que su presencia confiere un significado particular a nuestro texto. La función de Pedro se define con tres metáforas: la piedra, las llaves, atar y desatar. Para comprender la primera expresión podemos recurrir a otro texto de Mt (7. 24-27): Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia. En otras palabras, es el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. La segunda metáfora es todavía más clara: dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y plena.

Finalmente, la tercera metáfora (atar y desatar) tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. En conclusión, el texto atribuye a Pedro títulos y prerrogativas que a lo largo de la Biblia se atribuyen al Mesías. Es como decir que la autoridad de Pedro es vicaria; él es imagen de otro, de Cristo, que es el verdadero Señor de la Iglesia. Más precisamente porque es imagen de Cristo, la autoridad de Pedro es plena e indiscutible. No obstante, hay todavía otro punto que hemos de observar con particular atención; no es ciertamente casual la presencia en el mismo fragmento de dos aspectos aparentemente en contraste: la fe de Pedro y su incomprensión del misterio de Jesús: la autoridad confiada a Pedro y el reproche que le hace Jesús. El tema es de fondo, hasta el punto de que recorre todo el fragmento bajo la forma de contraste entre debilidad y gracia. También los otros dos textos citados (Lc 22. y Jn 21.) evidencian el mismo contraste; por una parte, la debilidad de Pedro; por otra, su carácter de punto de referencia. Luego, los evangelistas subrayan intencionadamente este contraste para acentuar que por gracia, en virtud de una elección divina y no por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Cristo la Iglesia.

3. Oración final:

Pidámosle al Señor que derrame sus gracias sobre toda su Iglesia, para que hoy sean muchos los que den su vida por el Señor, como lo hicieron Pedro y Pablo. Señor Jesús, Tú que has elegido a Pedro y Pablo para que fueran pilares y baluartes de la Iglesia primitiva, y así por ellos y en ellos has manifestado tu gracia y tu poder, hoy nuevamente Señor, sigue llamando a muchos que como Pedro y Pablo han dado todo de si para darte a conocer identificándose plenamente contigo, buscando simplemente amarte en los demás, buscando que otros te conozcan y te sigan. Hoy nuevamente suscita a muchos que sean generosos con sus vidas dándose totalmente por ti para que seamos muchos los que digamos… no soy yo el que vive sino que es Cristo el que vive en mí, y así como ellos, digamos… para mí la vida… es CRISTO JESÚS… Señor…, Ayúdanos y sigue enviando a muchos que nos ayuden a conocerte y amarte siempre más, y así te den a conocer con su vida, con sus actitudes y su forma de ser, viviendo con sencillez y autenticidad tu Palabra. Que así sea.

 

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