Domingo 25 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

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LOS CAMINOS DE DIOS

La conexión entre la primera lectura y el Evangelio es evidente. El profeta Isaías recurre a una imagen ilustrativa, que compara la diferencia entre el proceder de Dios y el proceder de los humanos, apelando a la brecha existente entre el cielo y la tierra. Lo que para nuestros criterios humanos resulta ilógico para Dios no lo es, porque no se atiene al patrón de los méritos para sancionar nuestra conducta. La parábola del Evangelio de San Mateo, ilustra la inversión radical de planos que Jesús inaugura: los primeros son últimos y los últimos primeros. Dios nos conoce y sabe que los humanos hemos establecido normas e instituciones que segregan y excluyen a los más débiles y sabe que ese proceder es inequitativo. Los preferidos de Dios son los más vulnerables, puesto que requieren de apoyo especial. Jesús sorprende con su parábola a sus oyentes y sorprende con la bondadosa compasión que acoge a los que padecían rechazo de parte de los «buenos».

ANTÍFONA DE ENTRADA

Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor. Los escucharé cuando me llamen en cualquier tribulación, y siempre seré su Dios.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios, que has hecho del amor a ti y a los hermanos la plenitud de todo lo mandado en tu santa ley, concédenos que, cumpliendo tus mandamientos, merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes.

Del libro del profeta Isaías: 55, 6-9

Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y Él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos». 

El público no da crédito a las palabras del profeta. Persiste todavía la desconfianza. El pueblo, que se encuentra en el exilio, no cree en una próxima vuelta a la patria. No existe indicio alguno externo que la sugiera y levante. Las cosas continúan como antes, como siempre. El profeta no arranca de muchos de ellos el entusiasmo. Pero los planes de Dios, crean o no, son esos: la salud, la vuelta del destierro. Así piensa el Señor y así lo ha dispuesto. Sus caminos y pensamientos se levantan tan por encima de los humanos, como se levanta de la tierra el cielo. El pueblo judío, con todo, de­bería estar abierto a ellos. La historia antigua les revela un Dios cercano y transcendente, sencillo y sorprendente en sus obras. ¿Dónde está la fe de este pueblo?

La aceptación del Dios salvador es la fe. Y la fe es adhesión. Y adhesión es sumisión a sus planes. Y los planes de Dios son salvar. La respuesta del pueblo ha de ser dejarse salvar. Los planes de Dios son volver del destierro; la respuesta del pueblo volver hacia Dios. Es precisamente lo que predica el profeta: conversión. Si la vuelta del destierro es expresión de la benevolen­cia divina, del perdón de lo alto, el camino del repatriado no es otro que el volverse a Dios. Hay que buscar a Dios, hay que invocarlo. Dios no obra sin la colaboración del hombre. Dios, que tiende la mano, desea encontrar alar­gada la tuya. Urge la vuelta: vuelta de Dios, con la amistad, al pueblo; vuelta del pueblo a Dios; vuelta, como expresión de la amistad, del destierro. Mientras está cerca, mientras se le puede invocar, urge la penitencia. Pu­diera suceder que el Señor obrase para muchos en vano. Está inminente la vuelta; urge la vuelta al Señor.

La ida a la Patria abarca toda la vida. Dios puede actuar en cada mo­mento. Si no nos encontramos preparados, será nuestra Ruina. Siempre buscando, siempre invocando. Sus pensamientos no son como los nuestros. Hay que mantenerse alerta.

Salmo Responsorial (salmo 144)

R/. Bendeciré al Señor eternamente.

Un día tras otro bendeciré tu nombre y no cesará mi boca de alabarte. Muy digno de alabanza es el Señor, por ser su grandeza incalculable. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas. R/.

Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca. R/.

Este es un Salmo de alabanza. Dios, en su actitud de bondad y clemencia, es objeto de aclamación y alabanza. El estribillo condensa así el motivo: El Señor está cerca de los que lo invocan. Un Dios próximo a su pueblo, en medio de él, in­clinado a sus plegarias. La presencia de Dios se hace inefable en Cristo: Enmanuel, Dios con nosotros. ¿Quién temerá invocarlo? Con él la bendición y la gracia. Gloria a Dios por siempre.

Para mí, la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.

De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 1, 20-24. 27

Hermanos: Ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí. Porque para mí, la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el continuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir. Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes. Por lo que a ustedes toca, lleven una vida digna del Evangelio de Cristo. 

Pablo se encuentra en Roma, preso, en espera de una sentencia del tribu­nal. Sea cual sea la resolución judicial, Pablo permanece sereno y confiado: su vida pertenece a Cristo. Viva o muera, Cristo será glorificado en él. Lo ha sido en vida, lo será también en la muerte: vida sacrificada a Cristo, muerte en su testimonio. Morir no resulta pérdida; antes bien es una ganancia: es­tar con Cristo. Es una verdad de fe: el fiel que muere en Cristo goza, después de la muerte, de la compañía del Señor. No es necesario esperar al último juicio. Pablo piensa en ello y su espíritu vuela al Señor. La necesidad, sin embargo, de los hermanos lo retrae un tanto. Una verdadera alternativa, un dilema. En ambos casos será glorificado el Señor. Importante es, con todo, la permanencia en la fe: los de Filipos deben mantener vivo el evangelio.

ACLAMACIÓN (Cfr. Hch 16, 14) R/. Aleluya, aleluya.

Abre, Señor, nuestros corazones, para que aceptemos las palabras de tu Hijo. R/.

¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?

Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 1-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: `¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’. Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno. Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’. Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’ De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos».

La parábola es propia de Mateo. El evangelista la encuadra entre 19, 30 y 20, 16: un proverbio al parecer familiar entonces: Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Quizás haya dado lugar a ello el parti­cular de la parábola de comenzar a pagar el salario por orden inverso. Este versículo, con todo, no representa la enseñanza central de la parábola.

La parábola habla de una viña. ¿Quién no piensa en Israel? Al menos los oyentes inmediatos de Jesús. El sistema de contrata de trabajo tiene todavía hoy vigencia en muchas partes; más aún entonces. El denario es el salario de una jornada de trabajo; jornada de sol a sol. Parece que al dueño le urgía el trabajo: sale repetidas veces y a diversas horas en busca de trabajadores. Siempre encuentra ociosos. Hasta una hora antes de rematar la tarea, en­cuentra desocupados. El “nadie os ha contratado” suena a excusa vana, pues el dueño había aparecido varias veces por allí y no los había contratado. El jornal queda concertado en un denario con los primeros. A los posteriores, dice el dueño, se les pagará lo debido. El cambio de orden en el pago del sa­lario es un capricho del amo, necesario para que continúe la parábola. Lo sorprendente y, a primera vista, irritante es la igualación en el salario. El amo da a todos un denario. Los primeros, más trabajadores, esperan recibir más. Su esperanza se convierte en ilusión vana. Reciben lo mismo. Encuen­tran la igualación con los últimos una verdadera injusticia. Si han traba­jado más, deben percibir más. Es justicia elemental. Lo entendería hasta un niño. De ahí la murmuración y la queja.

La conducta del amo no es caprichosa. Tiene un sentido, una finalidad. No es expresión de un antojo. No es tampoco una injusticia. Todo lo contrario: es expresión de una actitud benévola para los que con su trabajo no han logrado ganar un denario. Si aquellos hombres tornan a casa sin el denario, ¿cómo van a alimentarse y alimentar a sus familias? El Señor, que es bueno, les concede lo que su esfuerzo no ha merecido. A nadie se le hace injusticia. Ahí está el denario en el que se ajustó el trabajo. No hay motivo para la queja. La queja suena a envidia. El amo no es malo o in­justo o caprichoso. El amo es liberal y compasivo. Así es Dios.

Dios no se comporta, al modo humano, basándose en el trabajo producido, sino basándose en su bondad. Dios abre el camino y la puerta a los pecado­res. Éste parece ser el sentido primario o primitivo. Jesús habla y come con los pecadores. Jesús les ofrece el Reino. Los fariseos, los justos, lo critican acerbamente. Son los trabajadores de primera hora, los incondicionales, los de siempre: ¿se les va a igualar a los pecadores? Es una injusticia que clama al cielo. Lo que en realidad clama al cielo son sus pretensiones: desconocen a Dios. Dios es bueno y llama a los pecadores. Y los llama a todas horas. Y todo el que se presenta, sea la hora que sea, recibe de su mano generosa fundamentalmente lo mismo: el Reino de los Cielos. La conducta del Señor debiera ser motivo (parábola del Hijo Pródigo) de alegría y de gozo; no de envidia y de queja. Dios no es como los hombres. Siempre justo, sí, pero por encima de todo Bueno y Misericordioso. Los fariseos lo desconocían. La teo­logía rabínica queda descartada.

Nótese que, en último término, el trabajar en la viña fue gracia y decisión del dueño: el contrato partió de él. Dios prometió un denario, el Reino. Lle­gada la hora de su manifestación se lo ofreció a los trabajadores. ¿De qué in­justicia pueden acusar al Señor? Por otra parte, los últimos, ociosos hasta aquel momento, aceptan la oferta del Amo. Reciben también el Reino. Ha mediado la conversión.

La parábola, en mano de la Iglesia, apunta en esa dirección: la hermosa liberalidad de Dios. Debemos estar alerta para no caer en el mismo error de los fariseos. Tenemos al fondo dos concepciones diversas: economía de las obras y economía de la gracia. Esta última no invalida aquéllas (las obras), las levanta. Las obras alcanzan, por gracia de Dios, alturas insospechadas: el Reino de los Cielos. O, si se quiere, la gracia levanta y engendra obras que superan el nivel humano.

La añadidura de Mateo los últimos serán los primeros y los primeros los últimos puede aludir al hecho, ya en la Iglesia, de la vocación de los gentiles: los judíos, primeros, serán los últimos; los gentiles, últimos llamados, serán los primeros. Lo mismo respecto a los pecadores y justos. El evangelio abunda en esta enseñanza. La conducta del Señor causa maravilla, no por lo caprichosa, sino por lo Buena. Esto puede motivar escándalo, falso natural­mente, como en los fariseos. En realidad, ellos fueron el escándalo.

Reflexionemos:

Dios, Amo Bueno

Jesús en el evangelio reivindica el concepto de Dios. Más aún, lo revela. Los rabinos lo habían estrechado mucho, encerrándolo en el concepto justicia, entendida muy al modo humano. Habían alargado su ira (justicia) y habían recortado su misericordia (justicia bíblica). Siendo transcendente e inefable lo hacían sujeto a ley, que interpreta el hombre. Sencillamente no habían calado en el concepto de salvación y, por tanto, en el de salvador que en ella se revela. Andaban entre el nomismo y la nomola­tría (exagerada estima de la Ley). Los profetas no habían hablado así. Re­cordemos, por ejemplo, a Jonás y al Deuteronomio. Jesús presenta a Dios Bueno y Misericordioso. Más aún, superando, pero en la misma línea, a los profetas, declara a Dios Padre, que da a su Hijo para la salvación de todos.

La misericordia de Dios no está reñida con su justicia. Todo lo contrario: su justicia es misericordia. La misericordia de Dios supera nuestra justicia y todos nuestros conceptos afines. Recordemos la lectura del domingo pasado sobre cuántas veces había que perdonar. Dios perdona siempre. Dios llama siempre (parábola de hoy). Dios tiene misericordia siempre. Conviene perca­tarse de ello y no dejarse guiar por ideas erróneas, encerrándose en concep­tos meramente humanos. Dios los supera con creces. Aquí viene bien la pri­mera lectura. Los planes de Dios superan todo cálculo racional. No puede ser menos, es Dios. La diferencia más notable con el hombre está en la Bon­dad que muestra. Que no se de escándalo (tropiezo), sino de alabanza: como lo canta el salmo. Otras parábolas (oveja perdida, etc.) nos forzarán a parti­cipar de los sentimientos divinos. La presente lo hace de forma elemental: no ser envidioso, porque Dios es bueno.

Dios abre, pues, su mano salvadora a los pecadores, a los gentiles, a los de última hora. Todos ellos han dejado a un lado su ocio -se han convertido- y han marchado a la viña que el Señor les ofrecía. Dios es liberal y sorpren­dente. Es la economía de la gracia. Dios paga magníficamente, no en razón del trabajo realizado, que sin duda aprecia y premia, sino en razón de nues­tra necesidad. ¡Y necesitados estamos todos! Es un aspecto de la economía. Otras parábolas lo completarán. Por ejemplo la del siervo perezoso. Así es el Reino, lleno de contrastes y paradojas. Es el Señor quien lo ha hecho. Ben­dito sea.

El ejemplo de Pablo sigue siendo ejemplo: trabajado y trabajador, pone todo a disposición del Señor: la vida y la muerte. El comentario puede ofre­cer algunos puntos de consideración.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acepta benignamente, Señor, los dones de tu pueblo, para que recibamos, por este sacramento celestial, aquello mismo que el fervor de nuestra fe nos mueve a proclamar. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

A quienes alimentas, Señor, con tus sacramentos, confórtanos con tu incesante ayuda, para que en estos misterios recibamos el fruto de la redención y la conversión de nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.


UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO

Los que han propuesto establecer mecanismos de justicia innovadores, que garanticen el acceso de oportunidades para los más vulnerables, no recogen el suficiente apoyo de parte de los sectores privilegiados. La resistencia a redistribuir la riqueza es manifiesta en nuestra sociedad. Cada vez que se proponen medidas impositivas que limiten privilegios de un sector, se activan los mecanismos de los círculos económicos poderosos para frenarlas. Somos una sociedad insolidaria que no ha tenido la voluntad y la determinación necesarias para multiplicar las oportunidades. La frase evangélica no es un desplante retórico: «los últimos serán los primeros»; es un llamado a activar iniciativas de cambio social y mejora de las condiciones generales de vida de las personas, que han permanecido como los últimos en cuanto al acceso a las oportunidades. Cabe recordar que la justicia que no llega pronto, simplemente no es justicia.

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