Cuarto domingo de Adviento – Ciclo B

Domingo IV de adviento ciclo B

1. Oración:
Oh Dios, que en otros tiempos, y de muchas formas, hablaste por tus profetas en todos los pueblos y naciones, y que para nosotros, en nuestro hermano Jesús de Nazaret, hiciste brillar tu amor de un modo inefable; haz que a la luz de tu Palabra, diseminada por todo el mundo, todas las religiones acojan el don de tu Palabra y la pongan en práctica en la fraternidad-universal que a todos nos has prometido. Tú que vives y haces vivir, amas y haces amar, por los siglos de los siglos. Amén.

Introducción:

Llegamos ya al cuarto domingo de Adviento, próxima ya la celebración de la Navidad. Es tiempo de avivar la esperanza. El Evangelio es el de la anunciación. María es una figura suave, anónima, silenciosa… Y es significativa en el adviento. En la anunciación parece imposible que una virgen conciba sin concurso de varón. Pero ella creyó lo que le dijo el mensajero del Señor. Y creyó precisamente “porque para Dios no hay nada imposible”. A veces sólo esta fe nos permite a los cristianos creen que otro mundo es posible.
2. Lecturas y comentario:
2.1.Lectura del segundo libro de Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16

Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: – «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.» Natán respondió al rey: – «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.» Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: – «Ve y dile a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido, y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.»»

El interés principal del relato reside en el último versículo. El resto del pasaje viene a ser como el marco histórico donde las palabras de Dios – su decisión irrevocable de favorecer a la Casa de David, reciben sentido y vida. Para la mejor inteligencia del texto, léanse también los versículos 12. 14-15; nos ayudarán a comprender mejor la tercera lectura y a relacionarla con la primera. Es, pues, de notar:

1) Religiosidad del rey David: En agradecimiento al Señor de los Ejérci­tos, que le ha ayudado a someter a sus enemigos, ha determinado el piadoso rey edificar a su Dios una Casa, un Templo. La Casa ha de ser amplia, construida con materiales nobles, firme, duradera, perenne; una Casa que desafíe la intemperie de los tiempos; en lo más insigne de la ciudad.

2) Disposición divina: Dios responde a esta buena voluntad del rey con una disposición paralela, pero muy superior. El también ha dispuesto hacer duradera, perenne, firme, para siempre la Casa de David. Ha determinado colocarla en un lugar distinguido, en lo más grande de la historia de la hu­manidad. «Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente». Así el versículo 16. Pero el v. 14 asegura a sus descendientes: «Yo seré para él padre y él será para mí hijo». De aquí parten principalmente las profecías mesiánicas. La revelación posterior irá apun­tando hacia un Rey, Hijo de Dios (salmos 2 y 110). Se perfila ya claramente la figura del Mesías, Rey descendiente de David.

2.2. Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.

«Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades.»» R.

Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.» Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable. R.

Salmo real. Un tanto complejo. La primera parte es un himno; la se­gunda, con cierto aire jubiloso, el canto-recuerdo de las disposiciones divinas sobre la casa de David; la tercera y última, una queja o lamentación. La li­turgia toma del himno su primera estrofa y la segunda y tercera de la «disposición» de Dios en favor de David. En esta liturgia no hay lugar para las quejas; todo lo contrario, Dios fiel y misericordioso merece un canto por todas las edades.

Dios ha prometido especial providencia a su «elegido», el «ungido» de Is­rael. Es una promesa estable como estable es el sol. Dios lo declara «hijo» y se deja llamar por él «padre». Esta maravillosa «disposición» apunta al futuro. Y el futuro nos lo revela en Cristo, Ungido hijo de Dios. Cristo es el Rey de Dios. Es la fidelidad de Dios hecha carne. Cantemos eternamente las miseri­cordias del Señor. Es bueno y guarda su alianza. Bendito sea por siempre: nos dio a Cristo, el Señor.

2.3. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 16, 25-27

Hermanos: Al que puede fortaleceros según el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Nos encontramos en los últimos versículos de la carta. Se trata de una pre­ciosa y sentida doxología. ¡Gloria a Dios por los siglos y los siglos! He ahí, pues, el tema: ¡Gloria a Dios! Nótese: el sujeto a quien debe darse gloria es Dios. «Dios, que es el Único Sabio. Por Cristo Jesús».

Según esto, el grito de admiración y de entusiasmo, que brota jubiloso de la boca de Pablo, nace de la consideración del magnífico plan de Dios «Misterio». Dios ha revelado por fin su «Misterio»; Dios ha puesto en marcha de forma sorprendente su plan de salvación; Dios ha hablado definitiva­mente, como dice la Epístola a los Hebreos, y perfectamente a su Hijo. «Misterio» éste dispuesto a ser manifestado desde todos los siglos. Dios lo ha hecho todo maravillosamente, sabiamente.

Piénsese en toda la historia de la salvación, diseñada a través de todo el A. T.: La creación del universo, comprendido el hombre; la elevación del hombre a la amistad con Dios; su pecado, la promesa de una redención; la vocación de Abraham; la liberación de Egipto; la predicación mesiánica de los profetas…, etc.

Todo ello necesitaba de una aclaración, pedía un cumplimiento. Y esto ha sucedido ahora, al presente, en la revelación realizada en Cristo. He aquí el «Misterio», Cristo. Cristo revelador del Padre: en Cristo Dios se muestra mi­sericordioso, bueno, compasivo, atento a nuestras necesidades: Cristo Sal­vador de la humanidad: en Cristo nos ofrece Dios la salvación, el favor, la gracia. Cristo Principio y Fin de la Creación: En Cristo cobran sentido todas las cosas; el hombre, alejado de Dios, vuelve al estado primitivo de amistad con Dios, las cosas están en paz; Cristo las ha pacificado unas con otras.

En Cristo se ha manifestado la Sabiduría de Dios – Cristo es nuestra Sa­biduría, dirá Pablo – de forma sorprendente. Los caminos de Dios son mara­villosos; distan mucho del pensar de los hombres. (Léanse los versículos 17- 31 del cap. 1 de la 1 Co). De ahí la sorpresa y la admiración mezclada de entu­siasmo de Pablo. ¡Dios da salvación en Cristo a los gentiles! ¡Y esto mediante la fe en Cristo muerto en la Cruz! He ahí, pues, la Sabiduría de Dios: la sal­vación en Cristo por la fe.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: – «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: – «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel – «¿Cómo será eso pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: – «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: – «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.

Se trata del precioso pasaje de la Anunciación. Texto profundo y denso de su sencillez. No es momento este de anotar en detalle todas las particulari­dades de esta escena y de aducir todos los textos-promesa del A. T. a que se alude y se trata de responder, dándoles exacto cumplimiento, en este pasaje. Sería muy largo el camino a recorrer. He aquí lo más saliente:

A) Las palabras del Ángel. Para la mejor comprensión de ellas léase como fondo So 3, 14-17 y Za: 9, 9.

«Alégrate… No temas…»: Estas palabras no serían, según autores compe­tentes, expresión de un saludo de corte griego; algo así como el «Salve» de los romanos. Se trata aquí, por el contrario, de una referencia a aquellas profe­cías antiguas, donde se anuncia un gran gozo a Jerusalén en los tiempos me­siánicos. En concreto sería una referencia a Sofonías y Zacarías en los pasa­jes ya citados. Se trata entonces de una invitación a la alegría, a la alegría mesiánica. Ha llegado el momento de alegrarse con toda el alma: Dios cum­ple ahora su promesa, ahí está el Mesías.

Meditemos:

1) Dios es bondadoso. Dios es misericordioso. Dios es fiel a sus promesas de salvación. Dios es justo. ¡Dios nos ha dado la salvación.

2) Dios es magnífico. Dios es sorprendente en sus obras. Dios nos ha dado la salvación de una forma insólita: una Virgen Madre, un Dios Hombre, un Rey siervo, una Vida que Muere, una Muerte que nos da la Vida, un Espí­ritu que engendra, una humanidad llamada a la divinidad. No es extraño que Pablo se quede atónito ante tanta maravilla.

3) El papel importante de la fe. Fe que está unida a la esperanza y a la caridad.

4) Debemos Contemplar este Misterio, cantando: «¡Gloria a Dios por los siglos de los siglos. Amén!». Esa debe ser nuestra actitud.

5) ¿No es asombrosa la dignidad de María?

6) María modelo y Madre de la Iglesia.

3. Oración final:

Dios misericordioso, que iluminas las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tus Palabras: acrecienta en nosotros la fe que tú mismo nos has dado, para que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y el amor que has encendido en nuestro corazón. Por Jesucristo, tu hijo y nuestro hermano, amén.

Tercer domingo de Adviento – Ciclo B

Domingo III de Adviento ciclo B

1. Oración comunitaria</strong
Oh Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo: al acercarse las entrañables fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos rodean tu ternura, tú mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Haz que lo vivamos como lo vivió Jesús, nuestro hermano, que contigo vive y reina, y con nosotros vive y camina, por los siglos de los siglos. Amén.
El tema de este domingo es de alegría y gozo en la perspectiva de una realidad salvífica esperada, pero ya «misteriosamente» presente. En este clima se mueve la primera lectura y el salmo responsorial. La segunda lectura es una invitación a la alegría y el evangelio nos presenta el motivo o fundamento de la misma: la venida del Señor. Presencia real y operante aunque pocos sabrán apreciarla y tomar conciencia de que «en medio de vosotros está uno que no conocéis». La misión del Bautista es dar testimonio del Mesías que viene.
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Domingo II de Adviento – Ciclo B

Domingo II de Aviento ciclo B

1. Oración:

Oh Dios que nos has puesto en este mundo sin darnos todas las respuestas a los interrogantes que de él nos brotan sobre él mismo y sobre el sentido de nuestra propia existencia; te expresamos nuestro deseo de encarnarnos en él, de buscarte sumergidos en él, siendo conscientes de las responsabilidades divinas que contienen para nosotros cada uno de los «afanes mundanos» que nos has encomendado. Tú que vives y haces vivir, desde siempre y para siempre. Amén. Seguir leyendo «Domingo II de Adviento – Ciclo B»

Domingo I de Adviento – Ciclo B

DOMINGO I DE ADVIENTO ciclo B

El Adviento es tiempo de esperanza, pero de esperanza responsable y vigilante. Para el antiguo Israel la espera del Mesías significó una larga preparación, no siempre fiel, para sentir la necesidad de un Redentor, que fuera revelación plena y personal del amor de Dios. Para nosotros en la Iglesia, el Adviento significa la responsabilidad y la fidelidad ante el que ha venido como Redentor,  pero que volverá un día para coronar en nosotros su obra de salvación en la eternidad.

El Adviento es una espera y una certidumbre. Es la espera de que el Dios vivo va a venir a nuestra vida. Es una certidumbre de que ha venido realmente. Es una llamada para que le abramos nuestras puertas.

Este es el sentido del Adviento: prepararnos para acoger la presencia del Dios vivo, terrible y purificador, que derrite los montes de nuestro egoísmo, de nuestra indiferencia y de nuestra injusticia. «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!», grita el AT por boca del profeta Isaías. Y después continúa: «Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia». En la medida que los creyentes tengamos valor y amor para derretir los montes del egoísmo, en esa medida será inteligible la Buena Nueva de que el Cristo vino a transformar a la humanidad. Seguir leyendo «Domingo I de Adviento – Ciclo B»

Cuarto domingo de Adviento – Ciclo A

Cuarto domingo de Adviento ciclo A

María y José son la primera pequeña Iglesia, que da a luz al primer hijo del Reino de los cielos. Por eso, en este cuarto domingo de Adviento, cuando casi tocamos ya la Navidad, la liturgia hace que volvamos hacia ellos los ojos, para entender su misterio y protagonismo.

1. Lectura del Profeta Isaías 7,10-14.

En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: -Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Respondió Acaz: -No la pido, no quiero tentar al Señor. Entonces dijo Dios: -Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel  (que significa: «Dios-con-nosotros»).

El rey Acaz y el profeta Isaías se hallan frente a frente. Acaz solicita la ayuda a Siria para vencer a sus vecinos enemigos: bajo una falsa religiosidad oculta una absoluta falta de fe en la intervención divina.

Isaías le ofrece un signo: el nacimiento de un niño, encarnación de la benevolencia de Dios, de su presencia salvadora -Enmanuel- Dios con nosotros.

El niño pudo ser históricamente el mismo hijo del rey, próximo a nacer. Pero en el contexto profético designa ya al Mesías. Y con él -como parte integrante del mismo signo- se asocia la madre.

El niño es puro don de Dios, fruto de la fe. Aquella maternidad se entenderá pronto dentro de las maternidades prodigiosas del AT.

Son años difíciles para el pueblo de Dios (735), su independencia política está amenazada desde dentro y desde fuera. Interiormente se la veía como castigo de tantas infidelidades a Dios.

El pueblo de Judá está amenazado, por una parte, por Asiria, y, por otra, los pueblos vecinos, Siria, edomitas y filisteos. La disyuntiva era clara; aliarse con Asiria, o con sus vecinos. Y Acaz, el rey de Judá, había escogido al más poderoso, Asiria, como amigo. Isaías se presenta y aconseja al Rey el tercero y único camino salvador para Judá, una postura no de alianzas políticas ni diplomáticas, sino de fe. Precisamente de lo que carecía el rey Acaz y sus asesores; que tenga fe, que sea providencialista, que confíe única y exclusivamente en el Dios de la Alianza y las Promesas.

El escéptico Acaz debió sonreir ante una respuesta divina para solucionar los problemas humanos. El profeta, indignado, se torna amenazador. «Si no tenéis fe, no subsistiréis». Israel era un pueblo teocrático. El rey era simplemente el representante de Dios. Debía actuar siempre en depedencia de él, debía creer.

No podía Acaz prescindir de Dios en sus decisiones y convertirse en un rey como los demás reyes de la tierra. Si obraba así era como una usurpación divina. Isaías, consciente de la infidelidad del rey y de no haber sido escuchado, se presenta ante la corte demostrando cómo Dios puede hacer lo que desea y cómo deben fiarse de él, que le pidan un «signo» a cualquier nivel, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

Pero Acaz no está dispuesto a cambiar su política de pacto con Asiria y lleno de hipocresía rechaza el signo. Isaías no aguanta más. Y reprochando su conducta hace este maravilloso anuncio de que la fidelidad y garantía de Dios estará siempre con el pueblo que se fía de él. Cuando, el comenzar nuestra era, una joven doncella llamada María quede embarazada sin concurso de varón y dé a luz un hijo, síntesis de lo humano y lo divino y en cuya vida, muerte y resurrección se den cita cumplidamente todos los anuncios de Isaías en estos capítulos conocidos como al «Libro del Emmanuel» ya nadie podrá negar la proyección mesiánica y salvífica de aquel Emmanuel en pañales de Isaías, cuya madurez nos ha sido revelada en Cristo.


2. SALMO RESPONSORIAL
Salmo 23, 1-2, 3-4ab, 5-6

R./ Va a entrar el Señor:
Él es el Rey de la Gloria


Del Señor es la tierra y cuanto la llena
el orbe y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

3. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 1,1-7.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio; prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

«Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol»…: La introducción a la carta a los romanos es la más solemne de las cartas paulinas, quizá por el hecho que no conoce de forma personal a la comunidad. Contiene el eco del anuncio salvífico de los primeros momentos (el kerigma). Pablo se presenta como siervo de Cristo, al estilo de las figuras de la historia de la antigua Alianza y subraya el origen divino de su misión como apóstol. Toda su existencia ha estado marcada por el designio de Dios que le tenía asignado un papel en la historia de la Salvación.

«Nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido según el Espíritu Santo, Hijo de Dios…»: Jesucristo es hijo de David según la descendencia natural (literalmente, según la carne). Así, se enraizan en el pueblo escogido. Pero por la resurrección es Señor. Esta condición suya fruto de la resurrección no indica en absoluto, como podría parecer con una lectura superficial, la adquisición de la filiación divina; sino que indica que ahora por su forma de existencia de Cristo como resucitado, manifiesta con una acción dinámica que su condición de Hijo de Dios da vida a la humanidad.

4. Lectura del santo Evangelio según San Mateo 1,18-24.

La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Todo esto sucedió para que se cumplidse lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo,  y le pondrá por nombre Emmanuel  (que significa: «Dios-con-nosotros»). Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Según el derecho matrimonial judío los esponsales, que siempre se celebraban delante de dos testigos, equivalían ya prácticamente al matrimonio en sentido estricto. Se celebraban de ordinario cuando la novia alcanzaba la edad de doce años. A partir de ese momento la desposada no podía ser abandonada si no recibía, por justa causa, un «libelo de repudio», y si moría su esposo era considerada como una viuda. Después de transcurrir un año desde los esponsales, el esposo tomaba a su esposa y la conducía solemnemente a su propia casa, con lo cual el matrimonio quedaba plenamente formalizado. María concibió a Jesús antes de vivir con José en una misma casa, siendo desposada. Este difícil texto admite dos posibles interpretaciones: a) José era un «varón justo», que aquí significa tanto como cumplidor de la Ley y, a la vez, bondadoso o bueno. Y porque era justo y bueno, se encontraba perplejo en una situación insólita: no entiende que se deba proceder contra María según dispone Moisés que se haga con la mujer adúltera (Dt 22, 20s), pero tampoco ve claro que deba tomarla en su casa como si no ocurriera nada. En consecuencia decide repudiarla en secreto. B) José conocía por su esposa el origen de su maravillosa esperanza, y piensa retirarse respetuosamente ante el misterio. Piensa que, una vez María había sido distinguida por Dios con tan alta vocación, él no debía intervenir en absoluto haciendo valer sus derechos de esposo.

Sea lo que fuere, lo cierto es que la embajada del ángel a José no tiene únicamente el sentido de sacarlo de apuros y devolverle la tranquilidad. Significa también para José una vocación excelsa. Además, José era «legalmente» el padre del niño y a José correspondía entre otras cosas el darle un nombre. En este caso (lo mismo ocurrió en el de Zacarías, el padre del Bautista), José es informado por Dios sobre el nombre que había de llevar el hijo de María. Su nombre será «Jesús», esto es, «Dios-salva». En este nombre va indicada ya la misión que trae Jesús al mundo.

Cualquiera que sea el significado del texto de Isaías en su contexto original, ciertamente Mateo lo refiere aquí a Jesús, el hijo de la Virgen María. Y pone el acento en el nombre de Emmanuel, que recibe Jesús. La vida de Jesús, sus palabras y sus obras, significa para nosotros que Dios está con los hombres y nos salva. De Jesús se predica que Dios estaba con él (Jn 8, 29; Hech 10, 38), y Jesús es para nosotros la presencia de Dios en persona (2 Cor 4, 6; Col 2, 9; Heb 1, 3; Jn 14, 6-9; Mt 11, 4s).

5. Orientación de las lecturas

Si quisiéramos exponer en una palabra la síntesis de la liturgia de la Palabra de este cuarto domingo de adviento podríamos decir: «Emmanuel: que significa Dios con nosotros».

Este domingo es una especie de vigilia litúrgica de la Navidad. En él se anuncia la llegada inminente del Hijo de Dios. Se subraya que este niño que nacerá en Belén es el prometido por las Escrituras y constituye la plena realización de la Alianza entre Dios y los hombres.

La primera lectura expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Acaz desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos (rey de Damasco y rey de Samaria). Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yavéh. Lo que el profeta propone al rey es una respuesta de fe y de confianza total en la providencia de Dios, verdadero rey de Jerusalén. Isaías le ofrece el signo: «la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros».

La tradición cristiana ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María (EV). Así lo interpreta el Evangelio de Mateo cuando considera la concepción virginal y del nacimiento de Cristo: María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

Esta fe en Cristo se recoge admirablemente en el exordio de la carta a los romanos. San Pablo ofrece una admirable confesión de fe en Cristo Señor. Nacido según lo humano de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios (2L). Pablo subraya el origen divino del Mesías y, al mismo tiempo, su naturaleza humana como «nacido de la estirpe de David». Verdadero Dios y verdadero hombre.

Tercer domingo de Adviento – Ciclo A

Domingo tercero de Adviento Ciclo A

El domingo Gaudete

1. Introducción

En este domingo se subraya sobre todo el aspecto de gozosa expectación que tiene el adviento. Para definir el motivo del gozo, uno piensa en aquella frase de san Agustín: «No me buscarías si no me hubieras encontrado ya». Es decir, no esperaríamos con alegría la venida del Señor si no le tuviéramos ya con nosotros.

Por eso, el evangelio del tercer domingo es, cada año, una proclamación de la presencia del Mesías entre los hombres. Este año, de un modo más directo, es el mismo Jesús quien se autoanuncia.

En los textos de este domingo se expresan los motivos de esta gozosa espera, manifestándose en los bienes que trae para los necesitados. Sobre todo el gozoso encuentro con el Señor. Veamos las lecturas y acompañémonos de su comentario.

2. Textos bíblicos y comentarios

a) Lectura del Profeta Isaías 35,1-6a. 11.

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decíd a los cobardes de corazón: sed fuetes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

La manifestación salvadora de Dios, pobremente definida en nuestras lenguas como «gloria», constituye la base para invitar al cosmos y a los hombres a una alegría total. Los exiliados necesitan consuelo, hace años que sufren el cautiverio de Babilonia, y el tiempo ha ahogado su coraje y apagado sus ilusiones. Este capítulo anticipa los grandes temas del llamado «Libro de la Consolación de Israel» (cc. 40-55). La salvación adquiere una fisonomía concreta: «Entonces se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa» (v 5-6).

Nuestro texto tiene como trasfondo el éxodo: Israel ha sido liberado de la esclavitud como lo fueron sus padres y, como ellos, tendrá que atravesar el desierto antes de entrar en la tierra de las promesas. El retorno del pueblo cautivo en Babilonia se transforma en símbolo de la felicidad de los últimos tiempos. La proximidad inmediata y última del Señor es fuente de alegría.

De esta alegría participa la creación reconciliada. En la visión del profeta Isaías, el cosmos y el hombre forman un todo inseparable. El universo no sólo manifiesta el dolor y la alegría, sino que también los comparte. La comunión del universo con el destino de sus habitantes se expresa con claridad de conceptos y eficacia literaria en Rm 8,19-22: «La creación ve impaciente aguardando a que se revele lo que es ser hijos de Dios; porque, aun sometida al fracaso esta misma creación abriga una esperanza: que se verá libertada de la esclavitud a la decadencia, para participar en la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Sabemos que hasta el presente la creación entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de su parto». Los pueblos dejan en su suelo huellas de su destino; el suelo de Palestina llevará durante siglos el sello del drama de Israel. En esta tierra se concreta la continuidad de la historia. En esta tierra reposará la doxa (gloria) del Padre, presentada a los pastores de Belén como la gran alegría para todo el pueblo (Lc 2,10).

b) SALMO RESPONSORIAL Sal 145,7. 8-9a. 9bc-10

Este es un canto de alabanza al Dios poderoso compuesto con intenciones didácticas. El motivo de la auténtica confianza unifica este poema antológico. No se debe confiar en los hombres, aunque sean poderosos, porque sus planes perecen lo mismo que ellos. Dios, que demuestra su poder con doce acciones dirigidas a los más oprimidos de la humanidad, suscita la auténtica confianza.

Si el salmo se considera como una alabanza, el verso final proclama su señorío universal; si es una lección en forma de oración, el salmo se cierra con un augurio de que Dios ejerza su reinado para que tenga vida plena cuantos confían en El. Formalmente se compone de una alabanza comunitaria, aunque se exprese en singular (vv. 1-2). La exhortación que sigue termina con una bendición (vv. 3-5). Continúa y finaliza con una confesión de fe colectiva a cargo de la asamblea (vv. 6-10).

R./ Ven, Señor, a salvarnos.

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente;
tu Dios, Sión, de edad en edad.

c) Lectura de la carta del Apóstol Santiago 5,7-10.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

En los primeros tiempos del cristianismo, los primerísimos por mejor decir, existía el convencimiento de que el Señor Jesús había de volver rápidamente para instaurar pública y gloriosamente su Reino, ya comenzado en su primera venida, pero todavía germinalmente en muchos aspectos. Eso es lo que suele llamarse espera de la parusía inminente y que ha sido mencionado en muchos momentos de nuestras exégesis para comprender el contexto en que se mueven.

En la Carta de Santiago, encaminada toda ella a exhortar a conductas éticas, no podía faltar esta motivación. Está en la línea del «vigilad porque no sabéis el día ni la hora». El corto tiempo que nos separa del final definitivo y glorioso, no triste, es una razón para aprovechar el tiempo, a fin de que uno no tenga la impresión de haberlo perdido cuando las cosas ya no tengan remedio.

Lo mismo sirve para soportar las penalidades (vv. 9-10). Total es poco el tiempo en que uno ha de sufrir.

Hoy día -y ya desde la segunda y tercera generación cristiana-, no creemos que el Señor vaya a venir tan a las inmediatas. Al menos de la forma en que ellos imaginaban. ¿Ha perdido entonces esa motivación, su fuerza? La respuesta es que no del todo.

Por una parte el Señor está llegando continuamente. Por eso se pone esta perícopa en Adviento. Nos estamos encontrando cada vez más con Cristo en cada circunstancia de la vida. Y es lógico que vivamos conforme a lo que somos ya, hijos de Dios, para que esos encuentros sean coherentes con nuestro ser que, por otro lado, es el mismo del propio Señor, pues El nos lo ha comunicado. El Señor llega. No sólo litúrgicamente o simbólicamente. Mejor dicho, la liturgia es símbolo de la llegada continua de Cristo a nuestras vidas. De ahí que debamos vivir según El.

Por otro lado la muerte de cada uno es la llegada definitiva del Señor. O de nosotros a El. Es lo mismo. Y eso no sabemos cuándo sucede. Hoy día tampoco hablamos mucho de ello. El pasado abusó del tema y la reacción ha sido en sentido contrario. Por eso no quita que siga siendo real. Y nos encontraremos con el Señor en cualquier momento. Vivamos también conforme a esa esperanza. No temor, sino deseo de encuentro anticipado en nuestra conducta concreta.

d) Lectura del santo Evangelio según San Mateo 11,2-11.

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: -¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: -Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí! Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: -¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti.» Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.

El texto del domingo pasado terminaba con el anuncio-amenaza de Juan a fariseos y saduceos con uno que está al llegar. Literalmente: el que viene, el que llega. Una de las expresiones utilizadas por los judíos para designar al Mesías, el personaje que inauguraría el nuevo estado de cosas o Reino de los cielos, circunlocución esta última para designar a Dios, ya que los judíos no pronunciaban jamás su nombre por respeto. El texto de hoy comienza con esta misma expresión. ¿Eres tú ese personaje? ¿Estamos ya en el nuevo estado de cosas o Reino de los cielos? La pregunta la hace el propio Juan. Pero entre la pregunta de hoy y el anuncio del domingo pasado median ocho capítulos en los que Mateo ha ido moldeando dichos y hechos de Jesús.

-Versículos 4-6. La respuesta es del que ha llegado y Mateo la concibe como cita y como recuento. Recuento de los ocho capítulos anteriores. Cita de textos de Isaías que hablan de un futuro maravilloso, del día de Yavé. Se trata en concreto de Is. 29, 18-19 y 35, 5-6. Mejor leer ambos capítulos en su totalidad. Pero la respuesta no es sólo esto. Es también promesa de alegría y de dicha. Dichoso el que no se escandalice por causa mía. La intención del evangelista parece muy clara: nos hallamos en el nuevo estado de cosas o Reino de los cielos. Pero alberga la sospecha de que esto se lo creen muy pocos. A éstos va dirigidos la bienaventuranza.

-Versículos 7-11. La liturgia ha cortado las palabras de Jesús en el momento tal vez más aclarador de las mismas. En su estado litúrgico se trata de palabras sobre Juan, cuando en realidad no es de Juan de quien Mateo quiere hablar aquí, y ni siquiera de Jesús. Obsérvese como en su respuesta Jesús no habla de él, sino de la situación en torno a él. Mateo quiere hablar del Reino de los cielos que ya ha llegado. Juan es la recta final que precede a la meta, su precursor, su heraldo, ascético, duro, recio, admirable. Pero no es la meta. Esta la constituye el Reino de los cielos. Este Reino es lo central, lo verdaderamente importante. Su presencia lo eclipsa todo.

Comentario. El interés absorbente de la mayor parte de los comentaristas ha enfocado la problemática de este texto hacia las disposiciones psicológico-religiosas por las que el bautista prisionero se decidió a enviar su embajada. Estado de duda, de impaciencia, estrategia pedagógica para fomentar y favorecer la fe en Jesús. Todo esto puede tener su razón de ser a nivel de pre-texto, pero en absoluto la tiene a nivel de texto. El centro de interés del texto, ya lo hemos visto, no es Juan. El centro es la utopía. Sí, eso que todos anhelamos y que todos andamos buscando. Eso mismo de lo que nadie tenemos la osadía de decir que exista y de lo que, a lo sumo y con mucho escepticismo, decimos que puede que a lo mejor alguna vez exista.

Un visionario judío llamado Isaías dijo una vez lo siguiente: En aquel día oirán los sordos las palabras del libro y, libres de las tinieblas y la oscuridad, los ojos de los ciegos verán. Así imaginaba él lo que nosotros denominamos utopía y que él denominaba día de Yavé. Siglos más tarde, un judío llamado Mateo cayó en la cuenta de que esto era precisamente lo que había sucedido en torno a Jesús. Es entonces cuando tiene la osadía de escribir lo que hoy hemos leído y escuchado. Que no es otra cosa que lo siguiente: el Reino de los cielos existe ya. Dichoso el que crea y acepte esto de corazón. Es el mayor acontecimiento y la mayor grandeza que pueda darse.

Segundo domingo de Adviento – Ciclo A

Domingo segundo de Adviento ciclo A

1. Introducción:

En el domingo pasado la palabra de Dios nos iluminó sobre la última venida de Cristo, con un mensaje esperanzador, el estar atentos a los signos de su venida. Ahora en el segundo domingo nos ofrece una presentación del rostro de Dios, ¿cómo encontrarle en la comunidad? Solo será posible descubrirle en los rasgos de la bondad y la misericordia.

2. Lecturas y comentarios

2.1. Lectura del Profeta Isaías 11,1-10.

En aquel día: Brotará un renuevo del tronco de Jesé un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. Herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No hará daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

Después de haber sido rechazado el rey Acaz por su falta de fe y después de haber amenazado el profeta con la ruptura de la dinastía davídica, le es comunicada la visión sobre el nuevo intermediario fiel a la alianza. Con él aparecerá una nueva situación en la que se podrá decir realmente que «Dios-es-con-nosotros». A medida que avanza el tiempo se afianza la predicción de un juicio sobre la casa de David. Cuando «la espesura del bosque» sea cortada a hierro (10,34), caerá también bajo el golpe el árbol poderoso de la casa de David. En él descansará el espíritu de Yahvé con mayor plenitud, tres veces más, que en otro tiempo sobre David (1 Sm 16,13: «Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió a la vista de sus hermanos, y en aquel momento invadió a David el espíritu de Yahvé»). La fuerza del ungido no reside en un carisma como hasta entonces había sido en Israel, sino en un gran número de carismas. Gracias al espíritu, el nuevo mediador aparece revestido de todas las virtudes de gobernante, capaz de gobernar al pueblo con justicia. Puede parecer modesta esta esperanza en el cuadro del Ungido del Señor. Pero éste era un factor esencial de los tiempos antiguos. Un representante de Yahvé tenía que defender ante todo el derecho de los débiles, tenía que hacer triunfar el dominio de Dios sobre la tierra.

La venida del nuevo ungido significa la inauguración de una era de paz para toda la creación. Una paz que no es simplemente bienestar, sino también justicia y fruto de la justicia. Correlativamente, el pecado, negación de la justicia, se ve como un elemento que perturba el equilibrio al introducir un estado de violencia con Dios, con los hombres y con el cosmos. La catequesis bíblica no predica una paz utópica; exige modificaciones fundamentales que se pueden llevar a término cuando hay espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de temor de Dios. Este no es un programa abstracto para los cristianos porque Jesús es el camino de la paz, mejor, él «es nuestra paz» (Ef 2,14), y porque está al servicio de la conciliación de todos los hombres. Tenemos que seguirlo aun en la incertidumbre tras el Gólgota.

Acerquémonos ahora a la oración. La palabra nos ilumina sobre los dones que Dios da para los que gobiernan, se hace necesaria la oración por quienes están al frente de las instituciones, la Iglesia y la familia. Meditemos sobre los que expresa el salmo responsorial.

JUSTICIA PARA LOS OPRIMIDOS

La oración de Israel por su rey era una oración por la justicia, por el juicio imparcial y por la defensa de los oprimidos. Mi oración por el gobierno de mi país y por los gobiernos de todo el mundo es también una oración por la justicia, la igualdad y la liberación.

«Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que los montes traigan paz, y los collados justicia. Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador».

Rezo, y quiero trabajar con toda mi alma, por estructuras justas, por la conciencia social, por el sentir humano entre hombre y hombre y, en consecuencia, entre grupo y grupo, entre clase y clase, entre nación y nación. Pido que la realidad desnuda de la pobreza actual se levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización para que los corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan su responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan a todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda persona en el mundo de hoy.

Al rezar por los demás, rezo por mí mismo, es decir, despierto y traduzco a mi situación lo que he pedido para los demás en la oración. Yo no soy rey, los destinos de las naciones no dependen de mis labios y no los puedo cambiar con una orden o con una firma. Pero soy hombre, soy miembro de la sociedad, soy célula en el cuerpo de la raza humana, y las vibraciones de mi pensar y de mi sentir recorren los nervios que activan el cuerpo entero para que entienda y actúe y lleve la redención al mundo. Para mí pido y deseo sentir tan al vivo la necesidad de reforma que mis pensamientos y mis palabras y el fuego de mi mirada y el eco de mis pisadas despierte en otros el mismo celo y la misma urgencia para borrar la desigualdad e implantar la justicia. Es tarea de todos, y por eso mismo tarea mía que he de comunicar a los demás con mi propia convicción y entusiasmo, para lograr entre todos lo que todos deseamos.

2. 2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 71,2. 7-8. 12-13. 17

R./ Que en sus días florezca la justicia
y la paz abunde eternamente.

Para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

2. 3.Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 15,4-9.

Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo.

En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.

El cristiano es el hombre liberado por Cristo. Es el hombre libre. Por eso su libertad, más que conquista, es don. Dirigiéndose a los romanos, Pablo dice que su libertad es su privilegio, su bien (14,16), un privilegio de los hombres fuertes en la fe frente a quienes se sienten ligados por prescripciones que ya no tienen vigencia, como la prohibición de comer carnes sacrificadas a los ídolos.

Como todos los dones y carismas del cristiano, la fortaleza no se concede únicamente para la salvación personal. Mejor, se concede para salvarse como miembro, es decir, para salvar a todo el cuerpo, para edificar la Iglesia (v 2).

Pero si la libertad cristiana de los firmes en la fe no es actuar como quiere el Señor, de acuerdo con su palabra-ley, ¿de qué me sirve la libertad? Puede ser que el Señor te haya dado tal privilegiada sensación, viene a decir Pablo, no para usarla sino para «edificar» al hermano, para construir la comunidad, «para bien de él y de la Iglesia» (v 2). Actuar con libertad es obrar como queremos en el Señor. Pero Cristo no buscó lo que quería. Así lo prueban los ultrajes de la pasión, dice Pablo citando el Sal 69,10. En la actitud de Cristo encuentra Pablo la articulación del problema eterno: libertad de los fuertes-escándalo de los débiles en la fe. Si en el ejercicio de la libertad cristiana buscamos nuestra satisfacción espiritual -aunque hablemos pomposamente de «realización personal», no imitamos a Cristo, el cual conquistó nuestra libertad con los ultrajes de la pasión, de los que pide ser liberado.

Por eso Pablo continúa describiendo la obra de la redención como un servicio, servicio hecho precisamente en favor de los hermanos, de los judeocristianos, que ahora son los débiles en la fe. Cristo, siervo del pueblo judío, ha libertado a los judíos, y con ellos, subraya el autor, a vosotros, a los paganos (vv 7-8). La libertad, si es cristiana, debe ser como la de Cristo, no debe estar al servicio del propio placer o deseo, sino al servicio de los otros, cuando así lo exige su fe. Que el carisma de nuestra libertad esté al servicio de los otros no implica ponerse a merced del capricho de unos eternos niños en la fe, sino contribuir constantemente a su crecimiento en la fe.

Únicamente en este servicio podemos estar orgullosos de la audacia y de la gloria de la libertad cristiana.

2. 4. Lectura del santo Evangelio según San Mateo 3,1-12

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: -Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos. Este es el que anunció el Profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: -Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego. El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.

Juan el Bautista es una figura señera que marca la espiritualidad del tiempo de Adviento. Su importancia no viene dada sólo por el hecho de ser el último y «el mayor de los profetas», sino, sobre todo, porque él es el profeta de la inminencia, el que anuncia la presencia del Señor: por este motivo Juan escapa de los tiempos antiguos y se inserta destacadamente en el NT. Los tres sinópticos coinciden en reservar una parte importante de su narración a la descripción del ministerio de Juan el Bautista.

Concretamente, el evangelio de san Mateo, hoy, hace intencionadamente hincapié en que la aparición del Bautista representa el cumplimiento de las profecías recordando Is 40, 3, en que la expresión «camino a Yavhé» queda sustituida por «camino al Señor»: Jesús es la manifestación suprema de Dios entre los hombres. Nos encontramos, pues, dentro de una época nueva: la expresión inicial «por aquel tiempo» es cronológicamente poco concreta, pero suficientemente para enterarnos de que la narración evangélica no se coloca en la línea de las teorías, sino dentro de la temporalidad de los hechos de la historia. No es el hombre el que interpreta unos hechos, sino que son los hechos los que revelan el sentido de la historia que ahora empieza a narrar el evangelista.

Notemos el poder de convocatoria que tiene la predicación de Juan. Más allá de todo partidismo, los evangelistas ven y destacan el universalismo de su palabra. En torno a su persona comienza a formarse el nuevo pueblo mesiánico del cual surgirá Jesús. El contenido de la predicación, centrado especialmente en las palabras dirigidas contra los fariseos y saduceos, muestra una vez más que una realidad nueva empieza: no es suficiente la religión formalista, ni la pureza del linaje; el tiempo nuevo se debe caracterizar por una conversión fáctica, nacida del fondo del corazón del hombre. El tiempo de la «fidelidad de Dios» exige asimismo la fidelidad del hombre.

Mateo deja claro que, a pesar de la importancia de Juan, él queda sujeto y subordinado a la persona de Jesús. Sólo él es portador del Espíritu de Dios y del juicio definitivo sobre la vida de los hombres y de los pueblos.

Corona de Adviento, – Primer Domingo

Vigilantes encendemos, la corona del adviento,
en los cirios ofrecemos cuatro etapas de un encuentro.

Nos evoca ya el primero el Antiguo Testamento,
los profetas voz del Verbo lo anunciaron desde lejos.

Antonio Alcalde – La corona de Adviento

Domingo 4 de Adviento – Ciclo C

IV Domingo de Adviento

Se acerca la fiesta de Navidad
«¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

1. Introducción:

El IV domingo de Adviento está penetrado por el deseo y la convicción de que la meta de la Navidad está a punto de ser alcanzada. Por eso en la oración poscomuni6n se pide que el pueblo cristiano «sienta el deseo de celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo al acercarse la fiesta de Navidad». Este deseo se convierte en súplica en la antífona de entrada (Is 45,8): «Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación». Esta salvación es la gracia del Emmanuel que la Iglesia pide en la oración colecta: «Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel (a María) la encarnación de tu Hijo»… El prefacio II proclama en este domingo: «El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza». La perspectiva de Navidad, ya cercana, marca los textos e invita a una preparación más intensa. Preparémonos orando para hacer lectura y meditación de la palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece:
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Domingo 3 del Tiempo de Adviento – Ciclo C

III domingo de adviento

EL DOMINGO DEL «ALEGRAOS»

«Y nosotros, ¿qué debemos hacer?»

Invocación al Espíritu

Espíritu del Señor,
ven sobre nosotros,
transforma nuestro corazón
y toma posesión de él.
Quema nuestros miedos,
vence nuestras resistencias,
danos capacidad de ser justos
con nosotros mismos y con los demás,
para reconocer y aceptar en todo
las exigencias de la verdad.
Haz que no quedemos
prisioneros de la nostalgia
o de la añoranza del pasado,
sino que sepamos abrirnos,
con serena fortaleza,
a las sorpresas de Dios.
Danos la fidelidad
al humilde presente
en el que nos has colocado,
para redimir contigo y en ti
nuestro hoy
y hacer de él el hoy del Eterno.
Haznos vigilantes, confiados y prudentes
en llevar adelante el mañana
de la promesa
en la dificultad de las obras
y en la paciencia de los días
de nuestra vida.
Santificador del tiempo,
ayúdanos a hacer
de nuestro camino
el lugar del Adviento,
en el que se asome ya desde ahora,
en los gestos del amor
y en el rendimiento de la fe,
el alba del Reino
prometido y esperado en la esperanza.
¡Amén! ¡Aleluya!

(Bruno Forte)

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