El profeta Isaías proclama una invitación aparentemente demasiado atractiva y sencilla: se trata de comer y beber sin pagar un centavo. Las preguntas retóricas exhiben el proceder erróneo de un pueblo que desperdicia sus escasos recursos en balde. El camino propuesto por Isaías es más sencillo. La vida del ser humano no depende de sus puras fuerzas, también cuenta con la bendición y el cariño de Dios; no tiene sentido afanarse excesivamente por los bienes materiales, si se cuenta con su protección. La ilustración de esta certidumbre queda de manifiesto en el relato de la multiplicación de los panes. El Señor Jesús se acogía a la bendición del Padre, a la solidaridad de sus discípulos y alimentaba a los necesitados. Como alguien afirma: «cuando se comparte nunca falta; cuando se acapara, nunca alcanza». La solidaridad y el intercambio de bienes son dos diques que debemos poner a las riquezas para que no se tornen peligrosas.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 69, 2. 6)
Dios mío, ven en mi ayuda; Señor, date prisa en socorrerme. Tú eres mi auxilio y mi salvación; Señor, no tardes.
- ORACIÓN COLECTA
Ayuda, Señor, a tus siervos, que imploran tu continua benevolencia, y ya que se glorían de tenerte como su creador y su guía, renueva en ellos tu obra creadora y consérvales los dones de tu redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
- LITURGIA DE LA PALABRA
2.1 Textos y comentarios
Vengan a comer.
- 2 Del libro del profeta Isaías: 55, 1-3
Esto dice el Señor: «Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. ¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta? Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platillos sustanciosos. Préstenme atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua, cumpliré las promesas que hice a David».
Segundo Isaías. La voz del profeta consolador reitera y concluye su promesa: Venid, sedientos todos… Dios invita por medio del profeta a recibir la plenitud de vida y a vivir con él en Alianza Eterna. Son ocho invitaciones en imperativo y cinco futuros de seguridad absoluta. Las interrogantes intermedias suenan a reproche y a regaño: ¿Qué hacen ahí todavía sin dar el paso? Los destinatarios se encuentran en el destierro. En el destierro, por más abundancia que haya, campean el hambre y la sed. Hambre y sed que sólo Dios puede saciar. La mano de Dios se extiende de nuevo generosa, para llevarlos consigo en eterna compañía. Urge dar el paso. Salir de aquellas tierras mundanas y encaminarse a la tierra de Dios. Dios asegura abundancia y descanso para siempre: Venid, sedientos todos… Dios es la fuente de vida. Jesús repetirá la invitación y se presentará él mismo como la Fuente de Vida. Leamos en las palabras del profeta la invitación de Dios en Jesús.
- 3 Salmo responsorial (salmo 144)
R/. Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas. R/.
A ti, Señor, sus ojos vuelven todos y tú los alimentas a su tiempo. Abres, Señor, tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos. R/.
Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca. R/.
Salmo de alabanza. Dios misericordioso, fuente de vida. Dios se preocupa de todas sus creaturas. Es cariñoso con todas. A todas atiende, a todas alimenta. Dios se acerca presto a todo el que le invoca, sin distinción de pueblo o raza. Es un Dios de todos y para todos. El hombre religioso lo siente y lo palpa. Es consolador saber y sentir su proximidad siempre que se le invoca. Loado sea.
Nada podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús.
- 4 De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 8, 35. 37-39
Hermanos: ¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Ciertamente de todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado; pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús.
Estos versículos acaban el capítulo. Con ellos también, según muchos, la parte dogmática de la carta. Llevan cierto ritmo. Son un reto y un grito de júbilo. ¡El que ama a Cristo está seguro! Nadie ni nada podrá arrancarlo del amor que el Padre y Cristo le profesan. Somos hijos, ha dicho antes Pablo. Poseemos el Espíritu de lo alto. Poseemos a Dios. Dios nos ama, Dios nos guía. ¡Dios no nos abandonará jamás! ¿Quién puede arrebatarnos de su mano amiga todopoderosa? ¿Las calamidades quizás? Puede que entre los hombres rompan el infortunio y la desgracia los lazos más estrechos del amor y de la amistad. ¡En Dios, no! Más aún, las calamidades que uno padece, en especial, aquéllas que nos llueven por llevar su nombre, no son expresión del abandono de Dios; todo lo contrario, son muestra palpable de su benevolencia y cariño, pues, como herederos de Cristo, llevamos, ya en este mundo, estampada la imagen doliente de su Hijo. Así se expresan la carta a los Hebreos (12, 4ss) y Pedro en su primer escrito. El infortunio, lejos de ser una derrota, es, bien llevado, un triunfo brillante en Cristo, una gracia de Dios. ¿No proclamó Jesús dichosos a los perseguidos por la justicia? Nada ni nadie nos va a separar del amor que nos profesa. Ni la horrible muerte, pues la venció Cristo; ni los poderes humanos o sobrehumanos, pues están sometidos a sus pies; ni la vida con sus halagos; ni lo profundo, ni lo alto, ni lo oculto… ni nada. Dios está por encima de todo y su amor a nosotros también. Y nadie va a impedir que Dios nos ame. Precioso canto; preciosa confianza; preciosa verdad y seguridad la que posee el cristiano. Se basa en algo indestructible e inaccesible como es el amor de Dios y de Cristo que venció a la muerte. Digno remate del capítulo. Digno remate de la carta. No nos basamos en nosotros mismos ni en criatura alguna, sino en sólo Dios. Esto da seguridad a nuestra vida. Dios no es caprichoso, sino fiel.
ACLAMACIÓN (Mt 4, 4)
R/. Aleluya, aleluya. No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. R/.
Comieron todos hasta saciarse.
- 5 Del santo Evangelio según san Mateo: 14, 13-21
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer». Pero Jesús les replicó: «No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer». Ellos le contestaron: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados». Él les dijo: «Tráiganmelos». Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Hemos dejado atrás las parábolas del Reino, sus secretos y sus misterios. Pero el Reino es, en cierto modo, Jesús. Jesús habla y ora. Jesús revela el Reino de Dios en sus dichos y en sus hechos. Toda la vida de Jesús es una revelación. Alguien la llamaría epifanía, manifestación de Dios. Así, más o menos, lo entendió la primitiva comunidad cristiana. Todo lo que se conserva en los evangelios es palabra y obra de Dios en Cristo. En esa línea nos colocamos nosotros.
Jesús se retira a Galilea. Jesús va y viene. La muerte del Bautista, a manos del impío Herodes, determina este viraje de Jesús. Jesús se aleja de su territorio. Todavía no ha llegado su hora. Jesús siente lástima del pueblo. No solamente de los enfermos, sino de todo el pueblo necesitado. Todos le dan lástima, porque, como comentará Marcos, andaban como ovejas sin pastor. El pueblo de Israel se encuentra sin pastor.
Jesús da de comer a una gran multitud: cinco mil, sin contar mujeres y niños. Jesús obra un milagro, movido por compasión. Juan, especialmente, notará la maravilla de la gente. Ahí está la obra de Jesús, ahí su manifestación. Jesús alimenta, en descampado, a una hambrienta multitud. He ahí al buen Pastor. El Pastor que anunciaron los profetas; el Pastor de Israel esperado: el Mesías de Dios. Según Juan, los presentes quisieron proclamarle Rey. He ahí, pues, un Pastor que alimenta y sacia, un Pastor que sale al paso de la necesidad. El detalle de la hierba puede que refuerce esta interpretación. Puede que también se halle presente en el pasaje una orientación eucarística. Nótense, por ejemplo, los gestos: alzó la mirada, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio… Son expresiones eucarísticas. Nada se dice de los peces a este respecto. El discurso de la Eucaristía sigue, en Juan, al relato de la multiplicación de los panes.
He ahí, pues, a nuestro Señor como Señor que pastorea a su pueblo. El milagro, así considerado, evocaría en la mente del oyente la figura de Jesús, Pastor y Mesías, que reproduce el milagro del maná. Juan desarrollará este pensamiento. Jesús es el Salvador. Jesús da de comer (Eucaristía) y sacia (Fuente de Salvación).
Reflexionemos:
Podemos tomar como punto de partida el milagro que presenta el evangelio: La multiplicación de los panes y de los peces. El milagro, sin ser un símbolo, está cargado de simbolismo. En otras palabras, el acontecimiento milagroso está cargado de resonancias y ecos teológicos.
a) Jesús se manifiesta Pastor, Pastor mesiánico. Jesús alimenta en el desierto a una multitud hambrienta. El Pastor no deja perecer a las ovejas. El Pastor siente lástima de su pueblo. Jesús, que cura enfermos y sacia a los hambrientos, es el Jesús que da la Vida eterna. Juan lo declara abiertamente. Jesús es nuestro Salvador. Nosotros somos sus ovejas. Nosotros estamos enfermos, hambrientos, vagando sin ton ni son por el desierto. Jesús nos reúne, nos apacienta y nos sana. (No podemos eludir, como ya notábamos en el comentario, una alusión a la Eucaristía). Jesús, pues, en el centro. En torno a él el pueblo necesitado: hombres, mujeres, niños. Junto a él, más próximos, como dispensadores de los misterios, los Doce. Jesús es nuestro Pastor, Jesús es nuestro Rey, Jesús es nuestro Señor. Actitud de fe, de reverencia y amor.
La primera lectura presenta el misterio en forma de invitación apremiante. Dios Salvador en Cristo nos empuja a ir a beber y a comer en abundancia y saciedad: a una convivencia en intimidad con él. Esa es la verdadera Vida y Saciedad. Jesús es la revelación perfecta. Jesús nos invita, nos empuja, a ir a él, pues en él está la fuente de vida eterna. El venid a mí todos los que estáis cansados… y El que tenga sed que venga a mí… de los sinópticos y Juan respectivamente son la verdadera invitación de Dios cuyos ecos, anticipados, hacía sonar ya el profeta del destierro. Hay que dar el paso. Los bienes de este mundo no sacian el hambre ni calman la sed. Cristo es la Salvación del hombre. Huyamos de Babilonia y aferrémonos a la Ciudad Celeste.
b) El apremio de la primera lectura revela amor y preocupación por nosotros. El evangelio lo declara abiertamente: tuvo lástima. Tener misericordia, sentir compasión y actuar en consecuencia, es lo mismo que amar efectivamente. Todo nace, pues, de una actitud de benevolencia y amor hacia nosotros, que se pierde en el misterio de Dios. ¡Dios nos ama! Y nos ama tiernamente. El salmo lo canta alborozado. En Cristo, la expresión perfecta de ese amor. La lectura segunda abunda en este sentido: ¿Quién nos separará del amor que Dios nos profesa? A nada ni a nadie hay que temer. Quien ama a Dios vive seguro de que Dios habita en él. Más aún, nadie, justo o pecador, puede nunca jamás dudar de que Dios le ama. A uno puede odiarle o abandonarle el padre o la madre: ¡Nunca Dios! ¿No es esto grande? Conviene entretenerse en actos de fe, de confianza, de amor y agradecimiento. El canto y la alabanza surgen así espontáneos.
- ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Acompaña, Señor, con tu permanente auxilio, a quienes renuevas con el don celestial, y a quienes no dejas de proteger, concédeles ser cada vez más dignos de la eterna redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
- UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.
El bienestar integral de las personas y de las sociedades no se consigue pronto ni a solas. Para el profeta Isaías, dicho logro implica una renovación prácticamente completa de la vida. Las relaciones se comienzan a reajustar primeramente a nivel personal. El ser humano recupera su capacidad de escuchar, redescubre sus limitaciones y en diálogo orante con Dios, decide reajustar sus opciones. Cuando se vive este proceso de renovación interior, las energías no se desgastan inútilmente. La persona redimensiona sus necesidades y deseos, ya no vive exclusivamente pensando en las cosas más inmediatas, sino distingue entre lo esencial y lo secundario. El alimento sigue siendo indispensable y se realiza lo necesario para conseguirlo, pero sin angustia, ni desesperación; a sabiendas de que los esfuerzos que realizamos, son sustentados y potenciados por el amor benevolente del Padre que nos ama.